Llamado y don

jueves, 17 de noviembre de
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El primer llamado que Dios nos dirige, que es como la raíz y el fundamento de todos los demás, es el llamado al ser. San Pablo en la carta a los romanos habla del “ Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia de la nada” (Rom 4, 17). Llamado que nos precede y al cual hemos respondido de algún modo, puesto que existimos. Llamado del todo particular, pues no presupone al interlocutor, sino que lo constituye. Ya es dada una respuesta, por nuestra simple existencia, pero somos invitados a asumir esa respuesta a lo largo de toda  nuestra vida. Ese primer llamado nos ha hecho pasar de la nada al ser. Pero se puede decir que eso es verdad, en todos los llamados que Dios nos hace; en cierto sentido, todo llamado nos arranca de la nada, nos salva, nos devuelve a nosotros mismos. Cada día el llamado nos saca de la nada, nos salva, nos devuelve a nosotros mismos. Cada día el llamado nos saca de la nada, nos hace salir de la poquedad, del sin sentido o del encierro, para hacernos vivir con más intensidad y más verdad.

 

 

El dinamismo del llamado es fecundo por una razón fundamental: todo llamado es también un don.

 

 

Hablando de la elección del pueblo de Israel, Pablo afirma que “los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Rom. 11, 29). Así él asocia muy acertadamente las dos nociones. Cuando Dios llama para que nos pongamos en camino en tal o cual dirección, nos da también la fuerza y la gracia necesarias. Abrirse a un llamado, es recibir todos los días, una fuerza mayor, porque Dios es fiel, él da lo que manda, según lo expresa San Agustín.

 

Se puede decir, a la inversa, que todo don es un llamado. Cada vez que la vida nos hace regalos (un momento de alegría, una amistad, una aptitud…) esos regalos contienen implícitamente un llamado. La invitación a dar las gracias por el don recibido, a acogerlo plenamente, a hacerlo fecundo para nosotros mismos para los demás a hacer fructificar el talento recibido. Todo don de Dios es un llamado a hacernos totalmente disponibles a su acción. “Sólo puede aprovechar verdaderamente el don de Dios, aquel que lo reconoce como un don y hace la elección de acogerlo sin reserva”.

 

Llamado y don son las dos fases complementarias de una misma realidad. El acto por el cual Dios nos infunde la vida, una vida cada vez más rica, abundante, fecunda; una vida que no es sólo recibir pasivamente, sino que se despliega gracias al consentimiento de nuestra libertad. La acogida de esta vida más profunda y más rica, no se realiza sin dolores, sin renuncias, sin sufrimientos y sin luchas. Pero la finalidad, es la vida en abundancia; esa es la voluntad de Dios para nosotros.

 

 

Abrirse al llamado, es abrirse a la vida en todas sus dimensiones. Vida natural, vida del cuerpo, del corazón, de las emociones, de la inteligencia. Pero vida que se despliega también en relación, en amor, en comunión, y , al fin de cuentas, en la participación a la misma riqueza de toda la vida divina, la vida sobrenatural. Todo llamado es un lalmado a amar más y encuentra su cumplimiento en la participación de la puereza y del ardor del mismo amor divino. 

 

 

 

Fuente: “Llamados a la vida”, Jacques Philippe, San Pablo

 

Oleada Joven