Algunas personas viven llenas de nerviosismo y enfermedades a causa de los rencores que guardan en el corazón. A veces se trata de viejos resentimientos por cosas que les han hecho hace muchos años, quizás en la infancia o la adolescencia, o por desilusiones que han vivido diez años atrás.
Pero otras personas tienen cada semana alguna discusión, algún desencuentro, alguna herida que les enferma el alma durante varios días. Y pasan de un rencor a otro, pero siempre viven atormentadas por algún problema con los demás.
De hecho, todas las semanas alguien nos falla, nos critica, discute con nosotros, nos miente, nos hace sufrir con alguna ironía, nos niega algo que le pedimos, etc. Y si estamos demasiado pendientes de lo que los demás nos hacen o dicen, entonces vivimos resentidos y son pocos los días en los que nos sentimos realmente en paz.
Por eso Dios nos pide que renunciemos al rencor. Cada día habría que ponerse ante Dios y entregarle el rencor que nos perturba, decirle que no queremos ese odio en nuestra vida, pedirla la gracia de purificar nuestro interior de todo rencor, pedirle su luz para descubrir que todo rencor es inútil, que de nada sirve. Pero sobre todo, se trata de permitirle a Dios que con su amor vaya penetrando en nuestro interior y con su amor santo y generoso nos vaya pacificando todos los rencores, los vaya aplacando y destruyendo.
El amor de Dios es la fuente de la más hermosa paz, es el manantial de la calma más preciosa que puede reinar en un corazón, es la potencia liberadora que puede arrancarnos de las cadenas del odio, del resentimiento y de todo rencor inútil.
Fuente: "Inúndame de paz", Víctor Manuel Fernández, Paulinas