El hombre está vivo cuando espera

viernes, 2 de diciembre de
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«Cada uno de noso­tros, espe­cial­mente en este Tiempo que nos pre­para a la Navi­dad, puede pre­gun­tarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está diri­gido mi cora­zón? Y esta misma pre­gunta se puede plan­tear a nivel de fami­lia, de comu­ni­dad, de nación. ¿Qué es lo que espe­ra­mos, juntos? ¿Qué une nues­tras aspi­ra­cio­nes, qué las aco­muna?



 

En el tiempo pre­ce­dente al naci­miento de Jesús, era for­tí­sima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Con­sa­grado, des­cen­diente del rey David, que habría final­mente libe­rado al pueblo de toda escla­vi­tud moral y polí­tica e ins­tau­rado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca ima­gi­nado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, pro­me­tida del justo José. Ni siquiera ella lo habría espe­rado nunca, pero en su cora­zón la espera del Sal­va­dor era tan grande, su fe y su espe­ranza eran tan ardien­tes, que Él pudo encon­trar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había pre­pa­rado, antes de los siglos.



 

Hay una mis­te­riosa corres­pon­den­cia entre la espera de Dios y la de María, la cria­tura “llena de gracia”, total­mente trans­pa­rente al desig­nio de amor del Altí­simo. Apren­da­mos de Ella, Mujer del Adviento, a ges­tio­nar los gestos coti­dia­nos con un espí­ritu nuevo, con el sen­ti­miento de una espera pro­funda, que solo la venida de Dios puede colmar

 

 

Homilía de Benedicto XVI 

28/11/2010.

 

Oleada Joven