Evangelio segun San Marcos 1,1-8

domingo, 4 de diciembre de
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Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos."  Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaba sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo."

 

Palabra de Dios


 

Padre Pablo Osow

 

San Francisco de Asís fue el primero en representar un pesebre, en la noche de Navidad del año 1223. Dijo a Juan, un buen hombre del lugar: “Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”(1).
 
 
Y así fue: en medio de la precariedad y la sencillez, iba llegando la gente del pueblo con sus antorchas para celebrar la Nochebuena, cantando y llenos de alegría. Conmovido hasta las lágrimas, Francisco les habló del “Niño de Belén”, un “Rey Pobre” llamado Jesús.
 
 
Ese día se vio a San Francisco despertando a un niño que dormía en el pesebre. Como si estuviera despertando al niño dormido que se esconde en cada corazón humano. Como si nos estuviera llamando la atención sobre este Dios hecho Niño, que elige como pesebre nuestra frágil condición humana, y que sigue vivo en nosotros.
 
 
Nosotros también queremos imaginarnos al Niño hoy, recostado en los débiles brazos de María, acunado en la sencillez de nuestro pesebre interior. Lo miramos, y sentimos que la vida siempre renace. Y así es, año tras año. Por eso vuelve a emocionarnos, y renueva en nosotros las ganas de vivir y luchar, llenos de fe.
 
 
La contemplación del Niño también nos invita a pensar en tantos niños que nacen sin ser deseados. Desalojados del deseo de sus propios padres, vienen al mundo sin ninguna preparación. Muchos embarazos son sentidos como una maldición, y muchos nacimientos como un castigo.
 
 
Muchos niños son tratados como animales, lanzados al mundo hostil sin la contención del hogar. El desborde de los sistemas públicos de salud prenatal y neonatal, la burocracia y la despersonalización de los trámites de adopción, la impunidad del tráfico de bebés… todos son síntomas de una franja social que ha perdido la esperanza en los niños. Si vienen al mundo los recibe, pero no los espera, no los desea, no los celebra.
 
 
Me viene a la memoria el caso de una niña de 14 años que quedó embarazada. Ocultó el embarazo a sus padres, por miedo a ser castigada por ellos. Siguió viviendo en la misma casa, y cuando la panza comenzó a notarse se puso una faja. Así pasaron los nueve meses. Algunas amigas le decían que estaba “gordita”. Usaba ropa holgada, y vivía escondiéndose en su habitación. Allí, en esa soledad, dio a luz. Sola. Los padres finalmente se dieron cuenta de que su hija había estado embarazada cuando escucharon el llanto de un niño.
 
 
En este tiempo de Adviento, les propongo que preparemos nuestra Navidad llevando a cabo algún gesto de inclusión hacia algún niño. Podría ser: un regalo, una visita, una palabra… Para que volvamos a pensarnos, como decía Cajade, “con niñez, con adolescencia y con juventud; con guardapolvo, con pan y con trabajo”.
 
 
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(1) http://www.franciscanos.org/enciclopedia/navidad1223.html
 

 

Oleada Joven