Evangelio según San Juan 1, 6-8. 19-28

miércoles, 7 de diciembre de
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Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: "¿Tú quién eres?" Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?" El dijo: "No lo soy." "¿Eres tú el Profeta?" Respondió: "No." Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: "Yo soy al voz que grita en el desierto: "Allanar el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías." Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia."

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 

 


 

 Pablo Osow

 

 

En tiempos de tantas desconfianzas, María nos invita a decir nuevamente un “sí” decidido. Cuando el 

mundo se torna caótico e inestable, como si no hubiera nada que pudiera otorgarle sentido, María nos 

ayuda a descubrir la mano del Padre.

 

Muchos piensan que Dios los abandonó. En medio de ese silencio terrible, cuando el ser humano se

 siente indefenso y huérfano, Decir que “sí” con María es aceptar que “todo coopera para el bien de los

 que aman a Dios” (Rm.8,28). Todo. Inclusive los golpes de la vida, que para muchos se torna desértica

 y hostil. En medio de la aridez y de las violencias cotidianas, María nos muestra nuevamente al Niño en 

el pesebre, para que confiemos en Él y como Él.

 

Decir que “sí” es asumir inclusive lo incomprensible de nuestras historias, y de las historias ajenas.

 Descubrir que no podemos entender todo “ya”. Declararnos humildemente incapaces de saber el

 sentido de la totalidad de las cosas.

 

Decir que “sí” es también abrirnos al amor de un Dios que nos dice que “sí” a nosotros. Al crearnos, nos

 ha afirmado. Y en cada acontecimiento de nuestra vida, renueva su apuesta generosa, su confianza en 

nosotros. Dios nos respalda, más allá de cualquier opción moral equivocada o acertada, porque es nuestro

Padre, que “hace salir el sol sobre malos y buenos, y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt.5,45).

 

El manto de María es una expresión de ese amor universal de Dios. Cubre a los pibes chorros y a los

 “chicos bien”. Cubre al violador y al buen amante. Cubre al hombre de la calle y al ejecutivo. Cubre a la

 prostituta, a los privados de su libertad, al político corrupto, al genocida, al guerrillero, a todos los

 delincuentes y a todas sus víctimas.

 

 

Bajo el manto de María cabemos todos, porque su amor es de Madre. Amor que sigue diciendo que “sí” a

 Dios y a sus hijos, amor que nos invita a decirnos mutuamente que “sí”. María es ese rostro materno de

 Dios, que incluye a todos y nos reúne alrededor de la misma mesa de la vida, para compartirla de la mejor

 manera. Para que, por fin, nos sintamos hijos y hermanos.

 

Como decía Cajade: "Jesús nace en un pesebre, para que el más humilde de los hombres se sienta cómodo en su corazón

 de Dios".

 

Para seguir pensando: 

 

– Cuando miro el pesebre, ¿Me siento incluido en él cuando María me muestra a Jesús?

 

– ¿Con qué actitudes concretas puedo transformar mi corazón en un pesebre, en esta preparación de

 la Navidad?

 

¿Cómo puedo hacer para que en ese pesebre interior, todas las personas sean incluidas, inclusive los

 “distintos”, los “opuestos”, los que no piensan o viven como yo?

 

Oleada Joven