Benedicto XVI encendió esta tarde las luces del árbol de Navidad más grande del mundo, acto que estuvo acompañado por fuegos artificiales que manifestaban la alegría del momento. En vídeo conexión desde el Palacio Apostólico gracias a un tablet. Desde el Vaticano, el Papa hizo que se iluminara este multicolor – «signo universal de paz y fraternidad entre los pueblos» – que se encuentra en la localidad italiana de Gubbio.
El árbol de Gubbio tiene unos 350 metros de alto, iluminado por unas 700 luces en total
El Santo Padre pronunció unas palabras de saludo y gratitud por haber sido invitado a encender la iluminación de un árbol navideño tan especial, así como una ‘triple’ felicitación:
«El primero es que nuestra mirada, la de la mente y la del corazón, no se quede sólo en el horizonte de este mundo nuestro, en las cosas materiales, sino que sea algo así como este árbol, que sepa tender hacia lo alto. Que sepa dirigirse hacia Dios ¡Él no nos olvida nunca y nos pide que nosotros tampoco nos olvidemos de Él!»
Con el Evangelio, que nos dice que en la «noche de la Santa Navidad una luz envolvió a los pastores (xfr Lc 2,9-11), anunciándoles una gran alegría: el nacimiento de Jesús, de Aquel que vino a traer la luz, aún más de Aquel que es la luz verdadera, que ilumina a cada hombre (cfr Jn 1,9), y destacando que el árbol que iba a encender domina toda la ciudad de Gubbio, «iluminando con su luz la oscuridad de la noche», el Papa explicó su segundo parabién: «Es que este árbol recuerde que también nosotros tenemos necesidad de una luz que ilumine el camino de nuestra vida y nos dé esperanza. En especial, en este tiempo nuestro en que sentimos de forma particular el peso de las dificultades, de los problemas y de los sufrimientos y un velo de tinieblas parece envolvernos. Pero ¿qué luz es capaz de iluminar verdaderamente nuestro corazón y de donarnos una esperanza firme y segura? Es, precisamente, la del Niño que contemplamos en la Santa Navidad, en una simple y pobre gruta, porque es el Señor el que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida. Pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que percibamos que está presente, nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda».
Y deseando que la luz del Señor ilumine a todos, antes de impartir su Bendición, Benedicto XVI presentó su tercer parabién:
«Que cada uno de nosotros sepa llevar un poco de luz a los ambientes en que vive: su familia, su trabajo, su barrio, a los países y ciudades. Que cada uno sea una luz para el que está a su lado; que salga del egoísmo que a menudo cierra el corazón y lleva a ensimismarse; que brinde un poco de atención al prójimo, un poco de amor. Cada pequeño gesto de bondad es como una luz de este gran árbol: junto con otras luces es capaz de iluminar la oscuridad de la noche, aun la más oscura».
Benedicto XVI
Fuente: radiovaticana.org