Todo en un hospital
No hay mayor obra de arte que un ser humano. Su vida es ya de por sí una novela, una comedia, un drama, un sainete. Además, si es sazonado con una pizca de bondad, resulta un deleite insuperable.
Pero -¡ay!-, las muchas noticias de guerra, saqueos, robos y secuestros que acontecen a diario nos pueden hacer pensar que existe poca gente buena en el mundo. Que detrás de cada uno de nosotros hay un lobo dispuesto a atacar. Yo mismo le he dado vueltas últimamente a este pensamiento. Por fortuna, durante una tarde en que acompañaba a un amigo hospitalizado, me topé con el milagro de mucha gente buena.
El primer asombro me vino cuando conocí a Mariel, encargada de limpiar los cuartos de los enfermos. «¡Buenas tardes!», nos gritó con una voz tan alta que desentona en un ambiente de hospital. «Buenas», le contestamos en voz baja. Y, mientras limpiaba, hablaba y hablaba por más de diez minutos, para terminar diciendo que su mayor ilusión es la de traer un poco de alegría y felicidad a los enfermos.
Y añade: «Cuando veo que alguno está sólo o triste saco a flote mis mejores chistes. No hay mayor satisfacción que arrancarle una sonrisa a una persona que sufre».
La segunda sorpresa me la dio Rogelio, joven médico que se encuentra haciendo su año de servicio.
Entró al cuarto y preguntó con una sonrisa cómo estaba el enfermo. Le tomó la presión, temperatura y pulso. Todo lo hacía con el cuidado que requiere una figura de porcelana.
Mientras tanto, entablamos una amena conversación: «No quiero ser médico para ganar dinero. Deseo conocer a fondo al hombre, para poder ayudar lo más posible a la humanidad. Creo que ahí está la clave de toda buena medicina».
Cuando llegó el momento de cenar, un muchacho robusto entró en el cuarto cargando una charola y arrastrando sus inmensos pies. Mi amigo, inapetente, le dijo que mejor esperaría al desayuno.
El joven le replicó con voz chillona: «Pero, señor, aquí le traigo un buen filete de pescado blanco, suave como nieve; esta taza de leche caliente para que reponga fuerzas; un plato de fruta fresca; y, para cerrar, un té de manzanilla que le ayudará a relajarse. ¡No podría haber mejor sustento para curarse más rápido!». Ante tal entusiasmo, ¿quién se puede negar?
El relato podría seguir con los tres jóvenes que acompañaban a su mamá enferma; la señora que lloraba de emoción al enterarse que estaba embarazada; el doctor que en Semana Santa se fue a misionar a un pueblo lejano; las dos mujeres que llevaban la Comunión a los enfermos, etc., etc., etc.
Lo importante es que aún hay mucha gente buena. Personas dispuestas a entregarse a los demás con un heroísmo que a nosotros nos parecería rutinario. Pero estos son los héroes que, hasta en el silencio de un hospital, están cambiando el mundo. ¿Te unes?
Fuente: autorescatolicos.org Adolfo Guemez L.C.