Evangelio según San Lucas 7, 24-30

miércoles, 14 de diciembre de
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Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué salen a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salen a ver? ¿Un hombre vestido con lujo? Los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios. Entonces, ¿qué salen a ver? ¿Un profeta? Sí, les digo, y más que profeta. Él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti." Les digo que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él."

Al oírlo, toda la gente, incluso los publicanos, que habían recibido el bautismo de Juan, bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.

 

Palabra de Dios

 

 




P. Ariel Weimann Asesor de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Corrientes

 

Jesús nos habla de Juan el Bautista, y Juan el Bautista es el personaje principal de toda la tierra, Jesús lo da a entender. El dice que es más que un profeta. Entonces justamente Jesús le da a entender a Juan el bautista, y Juan el bautista es el modelo, es como nosotros tenemos que imitarlo sobre todo en el adviento.

¿Cuáles son las características propias de Juan el bautista?

Una, es la austeridad. Se vestía con pieles silvestres, se alimentaba con langostas, con mil. Entonces, una de las cosas es la austeridad. Juan el Bautista nos invita a nosotros con su testimonio, el que es más que un profeta nos invita a ser un poco austeros. El fin de año es propicio para hacer cenas, despedidas, agasajos, comilonas; Juan el Bautista nos invita a vivir un poco más en la austeridad. En la austeridad podemos ver ciertas realidades que de otro modo no se ven, en la austeridad es cuando vamos a poder descubrir al mismo Dios.

Y otra de las características de Juan el Bautista es la humildad. Juan el Bautista cuando apareció Jesús se hizo a un costado, desapareció. Y no es que desapareció en el ocaso de su vida, estaba en el esplendor de su vida, y desapareció. ¡Qué humildad hay que tener para hacerse a un costado! ¡Qué humildad hay que tener para ser instrumentos de Dios y eso es, hacerse a un costado y dejar que Dios obre! Justamente nosotros podemos ejercitar la humildad a través del sacramento de la reconciliación, ahí somos humildes. Cuando confesamos nuestros pecados sinceramente, ahí ejercitamos la humildad. Ahí estamos imitando la virtud de la humildad como nos enseña Juan el Bautista. No una confesión así a los chicotazos o no diciendo todo, una confesión que salga de lo más profundo de nuestro ser.

Ojala que Juan el Bautista nos prepare para este adviento, que no sea cosa que llegue la Navidad y no nos encuentre preparados.

Y les voy a compartir un cuentito que habla de estar preparados:

Dice que había una vez un padrecito que estaba organizando una peregrinación a San Nicolás, antes de contratar un colectivo para ir a San Nicolás, ir al Santuario, invitó a toda la gente, a toda la comunidad y, entre ellos, invitó al doctor, al médico que, por sus tareas y a veces por dejarse estar, se había alejado de las cuestiones religiosas; entonces el curita, el padrecito quiso invitarlo también para que haga su viaje a San Nicolás.

Entonces el padre unos días antes del viaje, invito a toda la comunidad a confesarse, para estar preparados para visitar a la virgencita, así que todos fueron pasando por la taurita, ese roperito que aparece al final de las iglesias que es donde uno recibe el sacramento de la reconciliación. El único que falto era el médico, que justo había surgido una emergencia y no se pudo confesar. Resulta que viajaron, iniciaron el viaje y en el medio del camino, una mala maniobra de esas que suceden porque son las cuestiones de la vida, hacen que tengan un accidente; y todos, absolutamente todos, pasan de tocar la guitarra a tocar el arpa, se murieron todos. Y entraron, entraron haciendo una cola; entonces San Pedro estaba adelante y empieza a preguntarles: “¿nombre?”. “Aparicio Algarañazo, venia del viaje a San Nicolás y bueno, tuvimos un accidente…” “Ah, sí, Aparicio, pasá, pasá…” y así fueron pasando todos, hasta que llegaron los últimos dos, el médico y el curita, entonces San Pedro les pregunta.. “Bueno, yo soy Martín, el médico”. “Yo soy Leandro, el cura”. Ah ustedes, por la puerta de servicio.

Al final, el curita y el médico tuvieron que entrar por la puerta de servicio, porque no estuvieron preparados. Ojala no corramos su misma suerte, y que en esta Navidad estemos preparados.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Oleada Joven