Se encienden más estrellas
lunes, 19 de diciembre de
La leña estaba lejos, pero todos los días el viejo que vivía en el desierto cruzaba parte del arenal para ir a buscarla. A mitad del arenal había un oasis con unos juncos, dos palmeras y una fuente de agua pura y fresca. El viejo se aguantaba las ganas de beber, por hacer un sacrificio, y pasaba de largo junto al oasis; en el cielo Dios encendía una estrella, por el sacrificio que había ofrecido. Esto sucedía todas las tardes.
Un día lo vino a visitar un joven y los dos se encaminaron a buscar la leña. Cuando iban por el arenal, el joven caminaba con los labios resecos. De pronto vio el oasis y exclamó: ¡Mira! ¡Una fuente! ¡Agua!
El viejo entonces pensó: Si yo no bebo, él tampoco se atreverá a beber.
Y se fue derecho a la fuente y se puso a beber; a su lado, el joven también bebía. Pero el viejo pensó con tristeza: Hoy no se encenderá ninguna estrella; hoy no hice el sacrificio.
Cuando volvieron a caminar, en el cielo Dios encendió más brillantes que nunca… dos estrellas. Esto significa que, si es hermoso el sacrificio, más hermosa aún es la caridad; en el sacrificio voluntario puede encontrarse algún rastro de propia voluntad o disimulado egoísmo o complacencia; pero en la caridad todo es voluntad de Dios y complacencia del hermano.
Dios se complace cuando nosotros complacemos al prójimo. Por eso, vale más complacer al prójimo que complacerse a sí mismo; aquí es donde se puede aplicar lo de "la caridad comienza por casa": ha de comenzar por el prójimo.
Aunque, en último término, siempre somos nosotros los más beneficiados y, en ese sentido, siempre se trata de comenzar por casa.