Buscando a un Dios escondido

lunes, 19 de diciembre de
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«Navidad es la historia de un Dios que vino a esconderse en un campo. Escondido, en su hacerse pequeño, hijo de hombre, niño, como todos los niños. Escondido en su nacer en silencio, en Belén. Belén, pequeñísima aldea de un pueblito, en el margen extremo de un inmenso imperio, en una tierra que entonces, al igual que hoy, no conoce la paz. Navidad es también historia de campos y tesoros, de hombres que encuentran el campo y el tesoro», escribe el Custodio de Tierra Santa, añadiendo que «a muchos, en efecto, les llega la noticia de que ¡el tesoro está justo allí en aquel campo!» y que «lamentablemente no todos lo buscan, no todos lo encuentran, no todos lo dejan todo por atesorarlo».



Tras señalar que «para poseer un tesoro, en primer lugar, hay que despojarse de todo». Pues «¡Es el único camino!» y «no basta encontrar el tesoro, no basta saber dónde está. Hay que jugarse la vida», Fray Pierbattista Pizzaballa, recuerda que «las Escrituras son la historia de este tesoro, escondido en el campo, que es el corazón del hombre. Porque cada campo, cada corazón, puede esconder el tesoro. Las Escrituras son la historia de tantos hombres, como nosotros, que se lo jugaron todo ante este descubrimiento».



«Abraham, dejó su propia tierra y sus propios dioses. Moisés perdió las seguridades de su pequeño exilio. David se puso en juego con todo su ser, incluso su pecado. Job tuvo que perderlo todo para lograr conocer a Dios. Luego, los profetas, que nos conducen hasta los magos, los pastores, la viuda pobre, a todos los pequeños del Evangelio. Todos ellos no se echaron atrás», destaca el Custodio de Tierra Santa y hace hincapié en todos ellos, «ante este descubrimiento, este encuentro, comprendió que el evento era el decisivo, sentido y corazón de todo, ante el cual cualquier otra cosa encuentra su dimensión justa».



«El tesoro no lo encuentras de casualidad, no lo posees a medias. El tesoro tiene los colores firmes de todo lo que es radical, absoluto. Debes perderlo todo, para poseerlo. El que ama, lo pierde todo. Porque amar significa perderlo todo, donarlo todo. El primero que asumió este riesgo fue precisamente Él, Jesús, escondido en el campo de Belén, con la esperanza de que todos lo puedan encontrar. Él fue el que inauguró el camino del perder. Lo perdió todo y encontró al hombre. Como el hombre que pierde todo encuentra a Dios», explica fray Pizzaballa, reiterando que «la Fe es correr el riego de entrar en el camino de aquel que, como Jesús, sabe olvidarse de sí mismo en favor de otro – quienquiera que sea – y sabe asumir las posturas que se derivan de ello. Es decir, perdón, acogida, escucha, solidaridad…».



Pues «el camino del perder, marcado por estas etapas, se vuelve camino de encuentro. El que lo recorre encuentra a Dios, al hermano, se encuentra a sí mismo. De este modo, la vida se transforma. Puede ser – y suele ser así – que desde fuera parezca que nada cambia, que la historia y, en particular, la historia de nuestra Tierra Santa, siga siendo la realidad dramática que vemos y vivimos: odios, divisiones, miedos, sospechas, prejuicios, parálisis…», escribe fray Pizzaballa que antes de terminar su mensaje para la Navidad 2011, exclama «¡Pero, por dentro todo cambia! Cambia el enfoque sobre la vida, cambia la forma de estar en ella y – ¡por gracia! – nos encontramos contentos con esta vida, porque esta vida no es sólo un campo, sino que es el campo que esconde el tesoro». 



El deseo, para esta Navidad – escribe el Custodio de Tierra Santa – «es el de llegar a ser personas que se pierden, dentro de la propia historia, buscando a Dios. Y, deseando a Dios, se encuentran, en el estupor del descubrimiento de que este tesoro habita, verdaderamente, el campo de la vida, nuestra vida y la de aquellos que tenemos alrededor». 
 
 
 
Fray Pierbattista Pizzaballa
Custotio de Tierra Santa
 
 
 
Fuente: radiovaticana.org
 
 
 

 

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