Evangelio según San Marcos 10, 46-52

martes, 18 de mayo de

 “Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama". “

 
Evangelio: Marcos 10, 46-52
Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino.  Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".  Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. 
 
Palabra de Dios.
 
 

 
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús en relación con un ciego que se llamaba Bartimeo, es el capítulo décimo de Marcos. 
Aquí descubrimos entre las personas intervinientes, primero, los compañeros de Jesús, que lo increpaban “cállate”, “hacé silencio”, “borrate”; por otro lado, Bartimeo, que es ciego y espera, confía, cree en Jesús; y en tercer lugar, Jesús, que los manda a aquellos mismos que lo hacían callar que se acercaran a él para ver que quería, “y tú qué quieres”, y la oración de Bartimeo es espléndida, dice “Señor que vea”. 
Jesús en ese momento está fuera de Galilea, salía de Jericó, y subía hacia Jerusalén. Ya es en el Evangelio de Marcos la última etapa antes de los días dramáticos, según Marcos es uno de los últimos milagros antes de la Vía Crucis.
Pero nosotros creemos de verdad que Jesús tiene compasión absolutamente de todos, y ese estar atentos a quien está a nuestro lado como lo estuvo Jesús es lo que nos va a hacer a nosotros personas de fraternidad, personas de unidad, personas de comunión. Y por otro lado, también, el saber que nosotros somos ese ciego, entonces nosotros ponemos delante de Dios “Señor que vea”, nuestras quejas, nuestros dolores, cuántas veces nos olvidamos de Él. Yo no sé si a ustedes les habrá pasado pero yo me doy cuenta que estoy mucho más unido a Jesús en los momentos de dolor, por eso como el ciego de Jericó, como Bartimeo, nosotros le decimos a Jesús todo nuestro dolor y Jesús no sólo nos consuela, sino también nos cura, no sólo nos cura del mal de la ceguera sino de cualquier otro mal que nos aleja de Él. 
¿Cuál fue la conclusión de Bartimeo? Dice el Evangelio que lo siguió por el camino. Bartimeo podría haber vuelto a su oficio, o podría haber pensado otra cosa, sin embargo lo siguió a Jesús. 
Tan agradecidos vivimos que Él nos cure de nuestras llagas y nuestros males, que también nosotros queremos seguir siempre a Jesús; a veces derechitos, a veces medio chuecos, a veces arrastrándonos, pero siempre seguir a Jesús. 
 

 

Oleada Joven