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Regalarse un espejo
domingo, 1 de enero de
Los otros días, los muchachos del Hogar de San José que participan del taller, estaban haciendo una actividad bien especial. El maestro les había propuesto trabajar sobre el marco de un espejo. Ellos no lo sabían, pero el resultado final de su obra sería un regalo para ellos mismos.
La intención del maestro era que al mismo tiempo que iban trabajando en el marco, se fueran viendo en el espejo (cosa que para alguien que no encuentra belleza en su propio rostro, es algo que más bien se esquiva).
Él buscaba que espejándose, cada uno pudiera objetivarse al descubrir que ese que ve en el espejo, no es otro sino él mismo. Sólo, que ahora “frente a él”, es decir, a la distancia suficiente que le permite mirarlo sin miedo.
Otro de los frutos que tendría el trabajo, aparte de mirarse objetivamente a sí mismos, sería el llevarlos a mirar la realidad de frente, y no sólo de frente, sino con esperanza.
Quien se “enfrenta” a un espejo no puede eludir la realidad que está puesta delante de él. Es algo evidente que no somos invisibles, como para enfrentar un espejo y no quedar espejados. La realidad se hace necesariamente visible. Aún en el caso de que cerráramos los ojos, sabríamos que lo estamos haciendo ante una realidad que no queremos ver.
Se buscaba, por tanto, que miraran la realidad, pero que aprendieran a hacerlo con esperanza. ¿De qué manera? Contemplando su obra. En ella podrían descubrir cómo la inicial realidad del marco, poco a poco se iba transformando ante ellos, con lo que iban poniendo desde su trabajo, es decir, con todo lo que pone sobre la realidad, esa preciosa combinación de mente, corazón y manos.
De este modo, la realidad que tenían ante ellos (así enfrentada), dejaba de ser algo caótico para convertirse en una obra cargada de armonía y belleza, y se les abría aquel camino que la realidad es capaz de recorrer, si se la acompaña.
Y es que toda realidad enfrentada y aceptada se abre a la esperanza de ser transformada; se abre a la posibilidad de ser incorporada en la belleza de un sentido más hondo y pleno.
Nos preguntamos, entonces, ¿de qué modo nos puede ayudar también a nosotros entrar en el taller del maestro? y preguntarnos ¿cuáles son las pobrezas que no nos dejan descubrir la belleza del rostro de nuestra propia vida cotidiana y nos llevan a esquivar el quedar espejados?
¿Cuál es el marco de aquello donde nos espejamos, nos reflejamos, que objetiva nuestro modo de mirar y juzgar? ¿Qué trabajo podemos hacer en ese marco?
¿Caemos en la cuenta de que el aprender a mirar la realidad de frente, puede comenzar por enfrentar su marco, su contexto?
Cuando miramos nuestra realidad, ¿nos vemos en ella como actores responsables, o quedamos invisibles mientras que todos los demás aparecen hasta el más fino detalle? ¿Nos miramos como buscando el error, o lo hacemos con esperanza?
¿Ponemos en el marco de nuestra realidad, todo lo que conlleva el trabajo, es decir: mente, corazón y manos, o algo le quitamos? ¿Acompañamos a la realidad con nuestro trabajo?
Tal vez, con nosotros, Dios quiera hacer lo que un día hizo con Jeremías, su profeta.
“El Señor dirigió esta palabra a Jeremías: -Baja en seguida al taller del alfarero; allí te comunicaré mi palabra.”
Cuando Jeremías bajó al taller del alfarero, lo encontró trabajando en el torno. Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo mientras moldeaba la arcilla con sus manos, volvía a hacer otra a su gusto. Entonces, el Señor le dijo: “Como está la arcilla en manos del alfarero, así están ustedes en mis manos” (Jr. 18, 1-6).
¿No nos estará invitando a entrar en su taller?
¿Qué tal si quiere que nos regalemos un espejo? ¿Qué tal si quiere dar a nuestra vida una nueva forma, una nueva belleza?
¿Entramos?
Fuente: jabieralbisusj.wordpress.com "Diálogos del hijo pródigo"
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