Después de treinta años de párroco en las sierras, el obispo de Córdoba, Fray Reginaldo Toro, nombraba a Brochero canónigo de la iglesia catedral para que tuviera un descanso y pudiera reponer su quebrantada salud. Pero sólo llegaría a estar cuatro años en esa función, puesto que en 1902 presentaría la renuncia expresándose con su habitual sencillez y verdad: “Este apero no es para mi lomo, ni la mula para este corral”.
Así, Brochero volvía a las serranías, su auténtico lugar, donde recorrería sus últimas travesías. A los 68 años, casi ciego y con la enfermedad de lepra a cuestas, dejaba la atención pastoral de la parroquia. Los dos últimos años de su vida los pasaría en la casa de su hermana Aurora, en Villa del Tránsito. Desde allí, le describía su situación a un compañero suyo de ordenación, el obispo Martín Yañiz, cuando estaba cumpliendo 47 años de sacerdote: “Yo estoy ciego casi al remate, apenas si distingo la luz del día, y no puedo verme ni mis manos, a más estoy casi sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y de las rodillas hasta los pies… Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.”
“Que me hagan un cajón con madera de pino, como para que el carpintero se gane unos panes” (…) “que vendan el cáliz, el copón… y una vez reducidos a plata se lo den a los pobres para que un día siquiera puedan gastar a su albedrío, y ojalá les tocase de a cien pesos”. Lo mismo hagan con los libros: “El valor de algunos que vendan lo den a los pobres, en mi nombre, o sea por mi alma”. Palabras que el Cura Brochero (1840-1914) ponía en su Testamento, como la última voluntad y al mismo tiempo, como la síntesis exacta de toda una vida al servicio de los pobres, anunciando el Evangelio de Jesús. No estamos hablando de un mártir, en el sentido de aquellos a quienes les quitaron la vida por la causa del Reino de Dios. Pero sí estamos hablando de alguien cuya entrega fue sin reservas, dando vida -y dando la propia vida- a cada instante, paso a paso y hasta el último aliento.
Fuente: donorione.org.ar