No ahogues tu alma
No ahogues tu alma. No la sofoques. Dejála libre, sin ataduras. Dejála salir. Dejála respirar y estirarse. Que se desperece después de tanto sueño y letargo, después de tanta quietud e inmovilidad. Hencíla. Que flamee como una bandera al viento.
Que vibre y se estremezca. Que recupere los latidos más acelerados después del largo invierno. Que salga a la superficie y a la actividad más intensa. Que salte y brinque. Que redescubra la luz, la tibieza y la placidez de la vida. Que la mirada se agudice y los sentidos internos mejoren sus percepciones e intuiciones.
Que se expanda el alma y el aire. Que respire hondo. Que se explaye y se dilate. Que abra las alas y vuele alto, lejos y profundo en el mar de arriba que es el cielo. Dejála volar y subir y planear. Que flote leve y sutil. Que se mueva lentamente, que dibuje trazos en el aire, caminos invisibles.
Que se esponje el alma y se llene colmándose del agua fresca de la vida y al apretarse caiga gota a gota, una luminosa cadena que lleva vida.
Eduardo Casas
23. 08. 10
Texto conmemorativo en el día de la finalización del ciclo Espiritualidad para el siglo XXI.