Serena alegría

lunes, 6 de febrero de

 

 

Pero ser cristianos significa también creer que esa alegría no solo puede comenzar ya ahora, casi dando señales misteriosas y remotas, sino que ya aquí es verdadera, precisamente porque es vivida en la fe del Hijo de Dios, que venció a la muerte y a toda causa de pesar, en esa fe que se vuelve una esperanza certera.
 
 
 
 
Entonces, repetimos también desde este punto de vista: por un lado, no hay que pretender estar siempre en el gozo pleno, en la alabanza exultante, en el contento explosivo; y, por el otro lado, aún menos se predica o recomienda una alegría que se detenga solo en el aspecto exterior, que no parta del corazón, quizá forzada o puramente exhibicionista, y, por lo tanto, falsa. Aunque siempre se deberá prestar atención al peligro de influir en el prójimo con las propias actitudes negativas, tristes y deprimentes, para no deprimir también a los demás.
 
Por otra parte, el cristiano sabe que siempre son más las razones para ser feliz y no las contrarias, sabe que hay una motivación constante que justifica su serenidad, y que su testimonio tiene mucho que ver con esa motivación de fondo, tenaz como la muerte. La alegría, parafraseando a Pedro, es exactamente lo que da razón a la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Ped. 3, 15), es lo que hace evidente y convincente.
 
 
 
 
Alegría que nace de la certeza de que lo esencial ha sido dado, ya lo poseemos y de forma definitiva, aunque debemos atender al cumplimiento pleno, y debemos aceptar ahora vivir en la espera, en el esfuerzo, en la contradicción con cuanto parece oponerse a dicho cumplimiento, en la desilusión de ver la obra del espíritu del mal y de la oscura tristeza, aparentemente vencedora, continuando siempre con la siembra “entre lágrimas” de la buena semilla. Eso que florecerá más adelante.
 
La alegría – a veces- es solo esta certeza escondida, esta espera ardiente y activa, esta conciencia grata y apaciguadora de estar en la verdad, nostalgia del Esposo, esperanza que no desiste, con el rostro sereno apenas inclinado a la sonrisa. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La paz interior encuentra su fuente en el amor. Consiste en una alegría inalterable del alma que está en Dios. La llamamos paz del corazón. Es una degustación inicial de la paz de los santos que están en la patria, de la paz de la eternidad”.
Aunque aquí abajo no siempre es “pacífica”.
 
 
 
Fuente: "La alegría, sal de la vida cristiana", Amadeo Cencini, Bonum

 

 

Oleada Joven