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Jesús, ¡nadie Te quiere como Te quiero yo!
miércoles, 8 de febrero de
Cuando se trabaja por Dios, hay que tener “complejo de superioridad”, te he señalado.
Pero, me preguntas, ¿esto no es una manifestación de soberbia?- ¡No! Es una consecuencia de la humildad que me hace decir: Señor, Tú eres el que eres. Yo soy la negación. Tú tienes todas las perfecciones: el poder, la fortaleza, el amor, la gloria, la sabiduría, el imperio, la dignidad… Si yo me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o en el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de Tu Divinidad, sentiré las luces de Tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre Tu fortaleza.
Hagamos presente a Jesús que somos niños. Y los niños, los niños chiquitines y sencillos, ¡cuánto sufren para subir un escalón! Están allí, al parecer, perdiendo el tiempo. Por fin, han subido. Ahora, otro escalón. Con las manos y los pies, y con el impulso de todo el cuerpo, logran un nuevo triunfo: otro escalón. Y vuelta a empezar. ¡Qué esfuerzos! Ya faltan pocos…, pero, entonces, un traspiés… y ¡hala!… abajo. Lleno de golpes, inundado de lágrimas, el pobre niño comienza, recomienza el ascenso.
Así, nosotros, Jesús, cuando estamos solos. Cógenos Tú en Tus brazos amables, como un Amigo grande y bueno del niño sencillo; no nos dejes hasta que estemos arriba; y entonces – ¡oh, entonces! -, sabremos corresponder a Tu Amor Misericordioso, con audacias infantiles, diciéndote, dulce Señor, que, fuera de María y José, no ha habido ni habrá mortal- eso que los ha habido muy locos- que Te quiera como Te quiero yo.
Fuente: "Forja", Josemaría Escrivá de Balaguer, Rialp.
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