Nuestra vida ha de sostenerse en la vivencia de un ideal.
Será cuestión de analizar detenidamente cuál dese ser ese ideal y fundamentar todo en la imperiosa necesidad de vivir nuestra vida con él, porque “la vida es triste si no se vive con una ilusión”.
Con un ideal, te sentirás más feliz y pisarás fuerte en la vida.
Un ideal que polarice todos sus esfuerzos y tus pensamientos; un ideal que oriente todas tus acciones, un ideal que sea el palo mayor de la nave de tu vida.
El ideal, aunque no llegues nunca a conseguirlo, siempre te será beneficioso; al fin y al cabo, en eso consiste el ideal: en tender siempre hacia delante. Un ideal que se consigue, ya deja de ser ideal y debe ceder el puesto a otro ideal verdadero, aún no conseguido.
El hombre sin ideal es viajero sin brújula; unos hombres sin ideal son un rebaño sin pastor y sin camino.
Perder el ideal, es perder el rumbo; perder el rumbo, es exponerse a desastres, a malgastar el tiempo y los esfuerzos, a toparse en última instancia con la desilusión, a toparse en última instancia con la desilusión; es exponerse a que el cansancio se apodere de la vida y, entonces, la vida ya no tiene sentido, ni aliciente, ya que no se ve por qué seguir adelante, ni para qué.
Ahora bien, nosotros los cristianos no solamente hemos descubierto la necesidad de un ideal para la vida, sino también la necesidad de un ideal común, un ideal para muchos o compartido por muchos, un ideal que sea llevado adelante por el esfuerzo de grupos, de comunidades, de toda la comunidad cristiana.
Indudablemente el ideal común a todo cristiano no puede ser otro que el ideal de la Iglesia: el anuncio y la realización del Reino de Dios en el mundo; para eso el cristiano junta todos los esfuerzos; cada uno en su puesto y cada uno desde su profesión, trabajo, lugar de acción.
Fuente: "Pisando fuerte en la vida", Alfonso Milagro, Editorial Claretiana