El mundo de Dios

miércoles, 25 de agosto de
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(Un relato inspirado por una crisis existencial y vocacional que sufrí hace un año)
 
I
 
Ella quería tanto verlo a él, que se perdió sabiéndolo melancólico y medio loco, y que estaba de la cabeza tan mal que con cuatro años de culatazos en el cerebro no lo podían haber hecho arrancar ni llorando él mil años, y así quiso la vida en un convento, para preferir a Dios antes que el mundo, mas ella no quiso saber de su perdón y gracia de vivir por sí y no por ella. Todo salió bien cuando se encontraron entre nubes y cariño de perdón, del uno al otro. Su trabajo de policía lo estaba volviendo loco, día tras día, cosa tras cosa, prefería la muerte a la vida, y supo de la misericordia de su mujer en el afecto, mas no en la pasión de Dios, que él tenía, y nadie quería decirle sí, yo he de preferirte muerto a viviendo sin ti, en el amor de uno, que no es nada sin el otro, y yendo y viniendo todos aceptaron su pasión, hasta que murió de amor, y en el amor del Padre, como estaba, murió, sin morir, y se perdió, sin perderse, porque toda vida es pasión.
Así la vida. Las cosas. Todo salía bien todos los días, porque éstos no eran más que pasión del mundo, sin hacerlas para el otro, y hacerlas todas para el uno de uno. ¡Qué miseria, dice Dios! Así, Carlos, como se llamaba nuestro casi místico policía, quería la vida de Dios en uno de todos, y no de sí; quería amar, pero sin amar, porque todos sabían de su voluntad peor en el mundo: morir. Él era un suicida empedernido en potencia, y quería morir todos los días, pues ya no quería la vida más que para odiarla. Su mujer, en potencia también, era una suicida de todos los días como su marido, mas ella lo era sin meditarlo, pues todo lo hacía para morir más que para vivir. Hasta respirar lo hacía llorando por sí, pues era una mujer muy terca y obstinada, y no quería la vida más que para hacer las cosas de la casa, que, limpia o sucia, estaba más mal que ella, queriéndose sola entre las cosas, parecía que su vida se esfumaría antes que se perdería en la nada. Así las cosas. Todo siguió. En el mundo todo es así. Nadie importa sino yo. ¿Y Dios? ¿Qué de Él, entre las cosas de la casa? Mas ella esperaba contenta a su marido, no tanto por el dinero que traía como por encontrar consuelo de su ser obstinado en proseguir la vida para la nada. Y así siguió. Todo mal en la vida si no hay bien, y todo bien si no hay mal, así pensaba. Mas lo que pensaba no era tanto como lo que amaba su sí, entre las cosas o sin ellas, pues todas las mujeres son así, decía ella, haciéndose una entre todas cuando no era sino la una de sí. Sí, como María de Jerusalén la nueva quería ser, haciéndolo todo por sí y no por Dios, que es más que el uno de ninguno. Así y todo, ella siguió, buscando en su sí la nada de la vida, creyéndose algo por hacer sin meditar nada todo.
Todo es bien en el mundo decía su marido, mas todo lo perdió por esos culatazos en el cerebro que le dejaron el cráneo tan roto que no hacía sino llorar la vida. Todo es bien en el mundo, así pensaba, mas así no más llegó a Dios, a llorar ante su altar, queriéndolo más vivo que muerto, sería lo correcto, pero más muerto que vivo parecía ser, pues, como dije, él sólo quería morir, y esperaba que nadie se lamentara de su partida, que se disponía a ejecutar.
Y lo ejecutó. Nadie supo lo que hizo, pero se perdió encontrando todo en Dios, hasta que ya no quiso la muerte, sino que quiso la vida, y lo que ejecutó fue el amor del Padre, que está más allá de la Madre, la Tierra, y en las almas de los buenos. Así se quiso solo toda la vida, mas ahora se quería con Dios, quien le hablaba desde el cielo.
 
II

Toda la vida fue bella desde ese instante en que se perdió en la nada de la vida, buscando las cosas que hacía para preferirse muerto a viviendo sin amor, que es en el Padre y no en la Madre, las entrañas. Yo Soy, dijo Jesús, y quién es más que Él en esta vida que todos tenemos, no para nada, sino para amarla como las entrañas de Él y no nuestras. En más, la vida prosiguió sin proseguir, y amaban tanto su sí estos hombres que él ya quería el convento como el corazón suyo. A no seguir buscando la nada de la vida, que Dios no es ninguna nada, sino que es todos, y está en la tierra pero en el cielo para él, que, con su cráneo roto y todo tenía tiempo para estas meditaciones meditabundas, y hacía cualquier cosa por conseguir un tiempo propicio para recrearse en Dios, que Es el que Es. ¿Qué sería de Dios, en nuestro uno de todos, si no hicieran algo por Él? Como esto que hago por ustedes, hombres necios, para que sepan que Dios nos quiere en el cielo, del perdón, porque sepan que Dios tiene misericordia para todos. Sí, descúbranme, y descubran que yo soy aquél de quien hablo: Carlos.
Adiós, dijo la esposa, y no lo volvió a ver desde entonces, porque él se fue, a proseguir la nada de la vida entre todos los hombres, que buscan a Dios un poco en su nada de la vida, donde todos entramos, algunos para hacer oración, otros para hacer máculas. Todo lo sé ya, decía Carlos, yo, entre las cosas entonces, mas ahora estaba en Dios, y todo lo que hacía no era por sí sino para las almas, para que éstas descubrieran que la nada de la vida no es nada sin Dios, que está para todos sus hijos lo mismo que para su Vida.
Quizá fuera por el mal de su cabeza que no volvía, algo le habrá pasado, pensaba su mujer desde el instante en que descubrió que toda la vida sería así: soledad, pues todo lo pensaba sin amor al otro, y lo quería tanto ver sin embargo, que se creería que todas las cosas tenían que ver con ella y su angustia. Adiós Nonino era la canción preferida de su marido, y ella lo buscaba conocer desde las entrañas de las máculas del mundo, que yo no soy ya, porque yo la abandoné para buscar a Dios en el cielo, donde estoy y seguiré estando, pero en mi casa y con mi esposa, que es sin ser, y ama sin amar, mas yo la quiero igual, como ha de quererse todo en la tierra, para el bien de Dios.
En fin, mi angustia era su angustia, porque yo estaba despechado por la vida, haciéndola sin gracia de Dios, y con gracia de mundo, y así la quise entonces, mas así la quiero ahora: para el bien de las almas, pues Dios es el Dios de la Misericordia. Mi angustia era su angustia, y se perdía tanto en sí esta mujer, que se creería que toda la vida la sufriría por su angustia del uno, que yo no soy, porque estoy en la tierra pero en el cielo, buscando a Dios siempre en mi nada, para ser para todos mi vida, cuando la tenga.


 

 

 

Elías Brandán