Te ofrezco mi juventud

lunes, 20 de febrero de

 

Señor, yo soy joven. Y quiero decirte francamente muchas cosas… Porque soy joven, no sé del todo cómo decirte lo que pienso y lo que siento. Porque soy un mundo desconocido para mi mismo. Pero hoy tengo que hablarte.

 
A veces me siento enamorado de la vida. Soy un canto, una sonrisa, soy como una flor que se abre y un árbol que brota en primavera.
 
 
Quisiera contagiar al mundo y hacerlo joven, como yo; nuevo. Siento unas ganas locas de vivir, un deseo sin límite de amar, de hacer algo que valga la pena, aunque sea a costa de la vida.
 
 
Pero otras veces, Señor, me siento hastiado de la vida. Una tristeza como niebla de invierno me cierra todos los caminos. Me desaliento. Nada me importa. Miro este mundo de los adultos… quisiera hacer algo en él pero no sé que hacer, me siento impotente. Tengo miedo de quedarme afuera, solo, sin poner las manos en el timón que conduce la historia. Y tengo miedo de meterme ahí dentro. Veo las cosas tan complicadas. Me tienta el quedarme en la orilla y gozar de la vida, como muchos.
 
 
Ya ves, Señor, qué mezcla: seguridad y miedo, sinceridad y mentira, heroísmo y cobardía. ¿Puedes decirme quién soy? Por eso tenía que hablarte. Tú debes ser joven, Señor. No puedo imaginarte viejo. Tú debes comprenderme. Debes saber lo que pienso de Ti, aunque yo no te lo diga. pero hoy estoy dispuesto a decírtelo todo. Hay momentos en los que te siento tan cerca. Me corres por las venas como la sangre, me hinchas los pulmones como el aire, me haces latir el corazón, como el amor. Y hay días, Señor, en los que quiero sentirme seguro de mí mismo. Me revelo contra todo lo que parece amenazar mi autonomía. Te tengo miedo. Y comienzo a sentirme lejos. Me voy liberando de Ti. Tú sabes todo esto. Tú debes conocerme mejor que yo a mí mismo… Porque yo no sé si soy más auténtico cuando te siento cerca y me apoyo en Ti, cuando te rechazo y me alejo, o cuando no resisto mi soledad y mi vacío, y vuelvo a buscarte. Esto parece un juego de viejos enamorados. Señor. Tal vez al final sea verdad. Porque todo me dice que estás cerca. Te siento en la vida, en la alegría, en el amor, en la libertad, en la amistad.
 
 
 
 
Te busco ante la muerte, la tristeza, el odio, la esclavitud. Te busco con este mundo que marcha porque presiente una meta. Si Tú no estás al final de todos los caminos, todos los caminos mienten; todos los caminantes pierden el tiempo. ¿Por qué? ¿Para qué caminan, Señor? ¿Qué buscan?
 
 
Señor, perdóname esta conversación tan desordenada. Pero quería hablarte en serio, desde mi vida.
 
 
Me han dicho que eres mi Padre. Quiero creerlo y pienso que me comprendes. Al conversar así contigo, me veo mejor a mí mismo, me siento reconciliado conmigo, con los otros, con el amor y la vida, con el mundo y la historia. Porque Tú me quieres así, como soy, para que llegue a ser distinto. Y así nos quieres a todos, a nuestro mundo y nuestra historia, para que todos cambiemos y lo cambiemos todo.
 
 
Ahora, Señor, quiero marchar. Acepto ser joven. Acepto la invitación que me haces para que llegue a ser hombre, en un mundo que tiene que hacerse más humano. Más humano en el amor. Más humano en la libertad. Más humano en la justicia. Más humano en la solidaridad. 
 
 
Gracias, porque soy joven, Señor, como Tú; te ofrezco mi juventud para renovar el mundo y hacerlo más parecido a Ti, por el amor.
 
 
Amén.

 

 

Oleada Joven