En el barro de ésta tierra

lunes, 27 de febrero de

 

 

Si bien debemos mirar el cielo para adorar al Padre, para recibir su inspiración, para fortalecernos para nuestros trabajos y sacrificios, ese gesto no puede ser el único gesto de nuestra vida. Es importantísimo, y sin él no hay acción valedera, pero ha de completarse con otro gesto, también profundamente evangélico. Con una mirada llena de amor y de interés a la tierra, a esta tierra tan llena de valor y de sentido, que cautivó al amor de Dios eterno, atrayéndolo a ella para redimirla y santificarla con sus enseñanzas, sus ejemplos, sus dolores y su muerte.

 

Todo el esplendor del cual se enriquece el cielo, se fabrica en la tierra. El cielo es el granero del Padre, pero el más hermoso granero del mundo no ha añadido jamás un solo grano a las espigas, ni una sola espiga al sembrado. El trigo sólo crece en el barro de esta tierra.

 

 

La devoción al Corazón de Cristo y al Corazón de María tienen ese sentido profundo: recordar a los hombres entristecidos del mundo moderno, que por encima de sus dolores hay un Dios que los ama, hay un Dios que es amor (cf. 1Jn 4, 8), un Dios que cuando ha querido escoger un símbolo para representar el mensaje más sentido de su alma, ha escogido el corazón porque simboliza el amor, el amor hacia ellos, los hombres de esta tierra. Un amor que no es un vano sentimentalismo, sino un sacrificio recio, duro, que no se detuvo ante las espinas, los azotes y la cruz.

 

Y junto a ese Corazón, nos recuerda también que hay otro corazón que nos ama, el Corazón de su Madre, y Madre nuestra, que nos aceptó como hijos cuando su Corazón estaba a punto de partirse de dolor junto a la Cruz, al ver cómo sufría el Corazón de Jesús, su Hijo, por nosotros los hombres de esta tierra, redimida por el dolor de un Dios hecho hombre, que quiso asociar a su redención el dolor de su Madre y el de sus fieles. El mensaje de amor de Jesús  y de María, urge nuestro amor.

 

Con esta intención los invito, amados en Cristo, a recogernos unos instantes en actitud de oración. Si tienen ante sus ojos el santo crucifijo o la imagen del Corazón de Jesús y del Corazón de María, comprenderán, en ese símbolo, toda la urgencia de este llamado a la caridad, al amor, al interés por nuestros hermanos de esta tierra, que constituye el precepto fundamental de la vida cristiana.

 

 

 

Fuente: "Un fuego que enciende otros fuegos", Páginas escogidas del Padre Alberto Hurtado sj, Paulinas.

 

 

 

Oleada Joven