“Son tan numerosos esos niños de todas las razas del mundo que son capaces, con la gracia de Dios, de llegar a ser discípulos predilectos de Cristo, pero que no han encontrado al apóstol que les muestre al Maestro. No puedo desinteresarme de ellos… son mis hermanos de la tierra, destinados a ser hermanos de Cristo. Los pescadores y labradores, los mercaderes en sus toldos de la China, los pescadores de perlas que descienden al océano, los mineros del carbón que se encorvan en las vetas de la tierra, los trabajadores del salitre, los del cobre, los obreros de los altos hornos que tienen aspiraciones grandes y dolores inmensos que sobrellevar, de su propia vida y la de sus hogares.
Cristo me dice que no amo bastante, que no soy bastante hermano de todos los que sufren, que sus dolores no llegan bastante al fondo de mi alma, y quisiera, Señor, estar atormentado por hambre y sed de justicia que me tortura para desear para ellos todo el bien que apetezco para mí.
Son tan numerosos los que te buscan a tientas, Señor, lejos de la luz verdadera… Son más de mil millones los que no conocen aún al que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Cuántos dolores no encuentran consuelo en sus almas, porque no conocen al que les enseñó a sufrir con resignación, con sentido de solidaridad y redención social.
Cuántos jóvenes, si pensaran en esta realidad, sentirían arder un nuevo deseo en sus almas y comprenderían que hay una causa grande por la cual ofrecer sus vidas. ¡Señor, danos ese amor, el único que puede salvarnos!”
Fuente: "Un fuego que enciende otros fuegos", Páginas escogidas del Padre Alberto Hurtado s.j., Paulinas