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Caminar: ¿arriesgarse?
martes, 28 de febrero de
"El principito atravesó el desierto en el que sólo encontró una flor de tres pétalos, una flor de nada.
—¡Buenos días! —dijo el principito.
—¡Buenos días! —dijo la flor.
—¿Dónde están los hombres? —preguntó cortésmente el principito.
La flor, un día, había visto pasar una caravana.
—¿Los hombres? No existen más que seis o siete, me parece. Los he visto hace ya años y nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea. Les faltan las raíces. Esto les molesta".
(A. Saint-Exúpery, El Principito)
¿Puede a veces nuestra sociedad ser un mundo de hombres sin raíces, movidos por los vientos, difíciles de encontrar -y encontrarse-?
Resulta paradójico caminar y hablar de "arraigarse". Pero tiene sentido. La metáfora del "echar raíces" puede hablarnos de atarnos a algo. Pero puede, sencillamente, hablar de profundizar, de buscar el agua y el alimento, de no dejarse arrastrar. ¿Y si aquello –mejor, Aquél- en que nos arraigamos es precisamente, "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14,6).
Una tradición rabínica habla de que la roca que dio de beber a los israelitas en el desierto (Num 20,8) los acompañó en su éxodo. A ella se refiere Pablo al hablar de "bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo" (1 Cor 10, 4)
El peregrino no echa raíces en los lugares por donde pasa. Sin embargo (a diferencia del vagabundo, o del extranjero inadaptado) no vive el desarraigo. Su andar tiene una raíz: su meta.
Fuente: carmelojoven.org – Marcha de Oración- JMJ Madrid 2011
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