El silencio de José

domingo, 18 de marzo de

 

17- Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer "fíat" pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José -como ya se ha dicho- en el momento de su "anunciación" no pronunció palabra alguna. Simplemente él "hizo como el ángel del Señor le había mandado" (Mt 1, 24). Y este primer "hizo" es el comienzo del "camino de José". A lo largo de este camino; los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el "justo" (Mt 1, 19). Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13, 52).

 

 

 

 

25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José "hizo"; sin embargo permiten descubrir en sus "acciones" -ocultas por el silencio- un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio "escondido desde siglos", que "puso su morada" bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.

26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada "en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta."
 
 
Juan Pablo II
 
 
Fuente: vatican.va – Extractos de "Exhortación Apostólica Redemtoris Custos"- Juan Pablo II

 

 

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