Cobijar y dejarnos cobijar

lunes, 19 de marzo de
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Si la vida es un camino, una peregrinación tan linda como ardua que debemos recorrer en clave de esperanza, y si todo ser humano es un peregrino, surge de esto una exigencia humana y cristiana que debemos renovar: la hospitalidad, la virtud de abrir puertas y cobijar, que tiene su contrapartida en el peregrino: el saber que no caminamos solos, y el reconocer que no podemos hacer el viaje de la vida de un tirón y sin ayuda, sino dejándonos hospedar. Magnanimidad y generosidad para la apertura, por un lado; humildad de dejarse cuidar, por el otro; dar hospedaje y dejarse cobijar: dos lindas y nada fáciles virtudes cristianas que debemos resucitar. De nuevo el hombre tiene que tender su mano al hombre, porque tenemos un “santo derecho” a la hospitalidad y el correlativo “santo deber” de ofrecerla. De nuevo deben abrirse los corazones a aquél mandato benedictino – y evangélico- “Recibe al huésped como al mismo Cristo”
 
“El hogar – dice Nouwen- es el lugar donde podemos reír y llorar, abrazarnos y bailar, dormir mucho y sopar tranquilamente, comer, leer, jugar, mirar con embeleso el fuego, escuchar música, estar con un amigo, y todo ello con plena sensación de libertad y naturalidad. El hogar es un sitio para descansar y curarnos. La palabra hogar reúne un amplio abanico de sentimientos y emociones en una sola imagen, la de una casa donde da gusto estar: la morada del amor (…) Probablemente no hay palabra alguna que resuma mejor el sufrimiento de nuestro tiempo que el concepto “sin hogar”. Revela una de nuestras condiciones más penosas y profundas, la de no tener sentido de pertenencia, un sitio donde sentirnos seguros, cuidados, protegidos y amados… La palabra hogar continúa siendo símbolo de la felicidad. Y nuestra fe cristiana nos invita a que consideremos la vida “como un paso hacia el hogar” y la muerte como haber conseguido finalmente llegar al hogar, a la Casa”.
 
 
 
 
Y me parece muy lindo el enfoque que Nouwen da a la hospitalidad, porque la presenta no como un modo de proteger el fuerte al débil, el seguro al indefenso, sino como alguien también débil, “herido” pero “siempre dispuesto a servir a algún otro, olvidando sus propias heridas” alguien que, conocedor en su propio pellejo de las heridas de la soledad o del cansancio del camino, ni las esconde ni hace de ellas un “exhibicionismo espiritual”, sino que las une a la de tantos otros hombres y las hace gesto. La hospitalidad se constituye, así, en esa “virtud que nos permita romper la estrechez de nuestros miedos y abrir nuestras casas al extraño (o al enfermo, o al difícil, o al necesitado que sabemos que no va a agradecer con buenos modales, o al pariente pesado) con la intuición de que la salvación nos llega en forma de un viajero cansado”.
 
 
 
Fuente: "Peregrinos en camino"- Ángel Rossi S.J. Diego Fares S.J.- Bonum

 

 

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