Evangelio del día San Juan 12,20-33.

sábado, 24 de marzo de
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Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

 

Palabra de Dios

 

 


 

P. Andrés Peirone Sacerdote Salesiano de Don Bosco

 

Hoy la Iglesia nos regala, en el Evangelio de Juan, este texto del capítulo doce, en donde Jesús expresa palabras fuertes. Y dice que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda sólo, pero si muere da mucho fruto.

Hoy Jesús, hablando de sí mismo, nos habla también a cada uno de nosotros. Él nos invita a sembrar, y sembrar significa, también, morir: dejarse cubrir por la tierra; dejar de ser grano, perderse como grano, pero en pos de algo más grande, para que lo que se pierde pueda comenzar un camino de crecimiento y así dar mucho fruto.

A la luz de esta Palabra, podríamos preguntarnos: ¿qué, en mí, tiene que morir para que puedan crecer grandes y buenos fruto?; ¿cómo puedo entregarme?; ¿qué personas, qué situaciones son las que esperan mi entrega, mi "muerte" a mi propio yo para entregarme, hacerme cargo y así generar una vida más grande, más plena?; ¿en qué tengo que olvidarme de mí?; ¿en qué tengo que aprender a despojarme?

No es fácil, pero si no lo hago no produzco fruto, no surge vida ni frutos. Jesús es claro: para que haya novedad es necesaria esta entrega.

Hoy preguntemos al Señor en nuestro corazón: "Señor: ¿en qué tengo que morir, en qué me tengo que entregar más? ¿Qué cosas, de las que a veces agarro como preciados tesoros, tengo que soltar para que surja la nueva vida?”

Hoy pidamos la gracia de poder entregarnos, aunque nos cueste.

 

 

 

Oleada Joven