Amar más de prisa y más entregadamente

martes, 27 de marzo de
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Y, lo que es más importante, mientras llega la muerte se dedica a amar. E intensifica más su amor cuanto más cerca tiene la muerte: Sabiendo Jesús que se acercaba su hora de pasar de este mundo al Padre amó a los suyos hasta el fin (Jn 13, 1).

 

En esta última frase tenemos las grandes claves de Jesús ante la muerte: para él, morir es regresar a la casa del Padre; y su postura ante la muerte no es miedo ni acobardamiento, sino acicate (osea, un estímulo): tiene que amar más deprisa y más entregadamente porque le queda poco tiempo.

Esta es la respuesta de los cristianos al drama de morir. El padre Augusto Valensin lo glosaba así en un texto inolvidable:


Los sentimientos que me gustaría tener en aquella hora (y que actualmente tengo) son estos: pensar que voy a descubrir la ternura. Yo sé que es imposible que Dios me decepcione. ¡Sólo esa hipótesis es absurda! Yo iré hasta él y le diré: No me glorío de nada más que de haber creído en tu bondad. Ahí es donde está mi fuerza. Si esto me abandonase, si me fallase la confianza en tu amor, todo habría terminado, porque no tengo el sentimiento de valer nada sobrenaturalmente.


Pero, cuanto más avanzo por la vida, mejor veo que tengo razón al representarme a mi Padre como indulgencia infinita. Aunque los maestros de la vida espiritual digan lo que quieran, aunque hablen de justicia, de exigencias, de temores, el juez que yo tengo es aquel que todos los días se subía a la terraza para ver si por el horizonte asomaba el hijo pródigo de vuelta a casa. ¿Quién no querría ser juzgado por él?


San Juan escribe: «Quien teme, no ha llegado a la plenitud del amor» (1 Jn 4, 18). Yo no temo a Dios, y el motivo no es tanto que yo le ame, como el que sé que me ama él. Y no siento necesidad de preguntarme por qué me ama mi Padre o qué es lo que él ama en mí. Me costaría mucho responder a estas preguntas. Sería totalmente incapaz de responder. Pero yo sé que él me ama porque es amor; y basta que yo acepte ser amado por él, para que me ame efectivamente. Basta con que yo realice el gesto de aceptar.


Padre mío, gracias porque me amas. No seré yo el que grite que soy indigno. Porque, efectivamente, amarme a mí tal como soy, es digno de tu amor esencialmente gratuito. Este pensamiento de que me amas porque te da la gana me encanta. Y así puedo librarme de todos los escrúpulos, de la falsa humildad que descorazona, de la tristeza espiritual, de todo miedo a la muerte.

 

José Luis Martín Descalzo

Vida y misterio de Jesús de Nazareth II

 

Oleada Joven