Invitados a una Vida Nueva

domingo, 1 de abril de
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Extractos de la Homilía Dominical de Monseñor Carlos José Ñañez- 1 de Abril 2012

 
Nosotros, en este tiempo, en estos días de la Semana Santa, estamos invitados a contemplar estos acontecimientos y agradecerle al Señor Jesús su entrega, fue por nosotros para alcanzarnos la reconciliación con Dios, por eso el apóstol Pablo dice en aquella oportunidad: “Yo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Esto que el apóstol dijo lo podemos y deberíamos decirlo cada uno de nosotros especialmente en estos días de la Semana Santa. Contemplar el amor de Jesús por nosotros, agradecerlo y vivir en la confianza en ese amor. El me amó y se entregó por mí. Ahí tiene que descansar nuestro corazón. 
 
 
 
 
 
Pero también en estos días de la Semana Santa, conviene recordar de modo especial lo que escuchábamos el domingo pasado en el Santo Evangelio: “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”. La Semana Santa es un tiempo para pensar en nuestro discipulado, en nuestro seguimiento de Jesús, en ir tras sus huellas. Nosotros hoy en el evangelio lo hemos visto sufriente, dolido, y ¿quién de nosotros no tiene dolores?, ¿quién de nosotros no tiene sufrimientos? La Semana Santa nos brinda la oportunidad para reconocer esa realidad, para ponerle nombre, para aceptar ese camino a veces misterioso, pero que nos concierne. Y es la oportunidad también para unir nuestro dolor y nuestro sufrimiento al dolor y al sufrimiento de Cristo y para hacerlo ofrenda. Y entonces nosotros participamos de la ofrenda de Jesús en la esperanza de poder participar también de su triunfo. Esto es lo que tenemos que vivir y actualizar de modo especial en estos días de la Semana Santa.
 
 
 
 
Pero también la Semana Santa nos brinda la oportunidad para reencontrarnos con Jesús, para reencontrarnos con su amor, por cada uno de nosotros, porque él nos amó y se entregó por nosotros. Y para caer en la cuenta que muchas veces nosotros a pesar de nuestros buenos propósitos, como Pedro, lo hemos negado. Y lo hemos negado escondiendo nuestro bautismo, desconociendo lo que ese bautismo implicaba, de gracia y de compromiso, y que también otras veces nosotros, como Judas, lo hemos traicionado a Jesús, y que esas negativas y esas traiciones han tenido consecuencias para nuestra vida personal, para nuestra vida familiar, para nuestra vida social. A nosotros nos cuesta a veces el reconocer diversas circunstancias que nos tocan atravesar y asignamos las responsabilidades a los demás, pero no hemos pensado que muchas de esas cosas dependen de nuestras opciones, que si la vida personal, familiar, social, se ha deteriorado es porque nosotros tenemos algo que ver en eso, porque nuestras acciones, nuestras opciones tienen consecuencias. En la medida en que nosotros dejamos a Jesús, en la medida en que nosotros nos olvidamos de Dios, nuestra vida personal, la vida en nuestra sociedad, se deteriora. Esto es lo que a veces no terminamos de aceptar y de asumir.
 
 
Por eso la Semana Santa no es solo una oportunidad para acercarnos un poquito a Dios, reavivar un poquito y después volver a lo de antes. No, la Semana Santa tiene que ser una oportunidad para que reencontrándonos con Jesús, con su amor por nosotros, nosotros intentemos seriamente en novedad de vida, caminar de otra manera, proceder de otra forma. Nuestro país no va a cambiar si no cambiamos nosotros. Nuestra familia no va a ser diferente si no cambiamos cada uno. Nuestra vida no va a ser distinta si  no hay un cambio interior. La Semana Santa nos brinda la oportunidad y hay una gracia especial de Dios que debe arraigar en el corazón y que debe desplegar toda su potencialidad. Y entonces se nos invita en la Semana Santa a una vida nueva, a una vida que en definitiva es más humana y es más digna. Esta es la gracia de la Semana Santa, y entonces, nosotros tratemos de interiorizarla, tratemos de profundizarla, tratemos de adherirnos seriamente a  esa gracia para que pueda desplegar en nuestra vida toda su riqueza, toda su fuerza. 
 
 
Monseñor Carlos José Ñañez
Arzobispo de Córdoba

 

 

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