Pensar en Pascua, para nosotros, es pensar en la muerte de Jesús, en su cruz… y no necesariamente en su resurrección. Sin embargo la iglesia nos invita a vivir durante 50 días éste misterio gigante de Dios que sube al Padre y que al mismo tiempo se queda en medio nuestro.
Durante estos días, la liturgia nos va presentando distintos episodios donde Jesús se aparece a los discípulos resucitado llevando consuelo a sus corazones. Una vez no alcanza… Él conoce muy bien el corazón humano, y sabe que después de una desilusión y dolor grande, se necesitan muchos encuentros amorosos para sanar el corazón.
Cuando Jesús se aparece a las mujeres les dice “No teman. Vayan, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán»” (Mt 28, 10). El maestro cita a sus amigos más cercanos en un lugar concreto: “Vayan a Galilea, allí me verán”.
Volver a Galilea es volver al comienzo, al lugar del primer amor donde comenzó el seguimiento de Jesús. Es recordar aquellos momentos luminosos junto al Lago de Tiberiades, a los paseos en barca, lo encuentros en la casa de Pedro, las palabras fascinantes de Jesús, los milagros, las noches bajo las estrellas, el encuentro de los más íntimos después de jornadas largas de anuncio del Reino. Es volver a los lugares cálidos de mucha luz y amor.
“Vayan a Galilea” es el mandato de Jesús a reencontrarnos con Él en la memoria agradecida de los momentos más felices donde nos encontramos con la vida, y es permitirnos volver a esperanzarnos porque allí nos espera Él. Se nos adelantó en el camino y nos sale al encuentro.
Dice el P. Javier Soteras que “en la vida de cada uno de nosotros hay una galilea; una Galilea que la hacemos presente cuando la memoria verdaderamente agradecida, nos pone en contacto con aquellos rasgos de nuestra historia que están marcados por la vida”. Galilea es el lugar de lo familiar y cotidiano, donde Dios se hace presente y por decisión suya vino a poner su morada en medio de los nuestros.
Jesús dice a las mujeres: “Vayan a Galilea, allí me verán”. Lo mismo nos dice el Señor a nosotros, vayamos a nuestras Galileas, vayamos a nuestros lugares familiares, al lugar donde la vida nos dio una caricia, brilló con su luz, nos llenó de consuelo y nos invitó a mirar hacia delante. Es tiempo de escuchar al Resucitado y salir sin demora a su encuentro, donde quiere decirnos las Palabras más fascinantes que vuelvan a encender nuestro corazón.