Las pequeñas grandes cosas del Señor

martes, 22 de mayo de
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Puntualizar el campo de acción, el cómo, el dónde, el cuándo debemos vivir al Señor, es el objeto de esta breve reflexión.
Antes que nada, partamos de la base que son muy pocas las ocasiones en las que deberemos vivir al Señor de un modo llamativo; si tuviéramos que esperar a que se presentaran esas ocasiones raras o extraordinarias, difíciles y llamativas, pocas veces viviríamos al Señor. Pero al Señor lo debemos vivir a diario, en todas las cosas, en todas las ocasiones y circunstancias; y esto, porque el Señor está precisamente en esas cosas: en la más ordinarias y comunes, en las que se suceden unas a otras, impulsadas por la inercia, por las costumbres, por las obligaciones del propio estado.
 
Ahí está el Señor; hay que saberlo descubrir, hay que aprender a sentirlo, hay que llegar a verlo.
Mujer, en ese tu niño al que debes limpiar y cambiar los pañales todos los días, tienes que ver a Dios; en ese otro, más grandecito, al que ya mandas al colegio; lo mismo que en la gripe, que retiene a tu esposo en la cama sin poder ir al trabajo, debes ver a Dios.
Hermano, en ese cliente que atiendes en el mostrador de tu oficina, en ese corredor de comercio que te ofrece su mercadería, en ese del torno de tu fábrica, en ese colectivero que cierra tu camino en plena avenida, en ese deudor moroso al que te resulta tan difícil cobrarle lo que te debe, en la tardanza del amigo que no se presenta a la cita concertada… en todo, absolutamente en todo, debes acostumbrarte a ver a Dios.
Y es que Dios, te repito, está en todas partes y en todas partes lo tienes que descubrir, para poderlo vivir.
 
 
 
 
Todo, todo eso son señales inequívocas de la presencia de Dios, de que Dios está ahí, en esas cosas; y tú debes descubrir su presencia… Cuando lavas pañales, Dios te está acompañando; cuando realizas tu trabajo en la fábrica o en el taller, Cristo recuerda que sus manos se vieron desgastadas por el uso de las herramientas, lo mismo que las tuyas.
Dios está en todas partes y en todas las cosas: en las grandes y en las pequeñas; en las ordinarias y en las raras; en las sencillas y en las complicadas; en las importantes y aun en las insignificantes; en todas está Dios.
Eso hace que el cristiano deba juzgar todo importante; todo es para él importante, pues todo tiene a Dios y todo nos puede llevar a Dios y en todo podemos vivir a Dios.
 
 
 
Fuente: Pisando Fuerte en la Vida, Alfonso Milagro, Editorial Claretiana
 

 

 

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