Les he comentado ya en varias oportunidades que tengo muchos amigos que dedican sus vidas a actividades muy distintas. Algunos de ellos son músicos. De ellos aprendí a valorar el silencio como espacio y presencia de la música en otro “envase”. Mucho hay en un silencio entre tantas notas y melodías. De un silencio brotan otros espacios y nuevas presencias.
Algo así también me sucede con la oración. Allí donde ahondo mi encuentro con Dios también me encuentro en mi mejor versión: la que da lugar a la reflexión, a la mirada profunda, a tocar con el corazón orante a quienes van pasando dentro de él aunque físicamente estén lejos.
La voz interior que escuchamos en nuestros tiempos de silencio es lo que somos sin maquillaje ni trajes de ocasión. Buscar ese encontrarnos con nosotros mismos forma parte de nuestro ser humanos en verdad y libertad, sin corsets culturales ni presiones sociales. Y allí —como bien dice el poeta— “mi soliloquio es plática con ese Buen Amigo…”