Esta escena me recuerda otra ocurrida hace casi dos mil años también sobre un monte al caer la tinieblas de la noche… En lo alto Jesús y sus apóstoles, a los pies una gran muchedumbre y más allá las regiones sepultadas en las tinieblas y en la oscuridad de la noche del espíritu. Y Jesús conmovido profundamente ante el pavoroso espectáculo de las almas sin luz les dice a sus apóstoles “ustedes son la luz del mundo”… Ustedes son los encargados de iluminar esa noche de las almas, de caldearlas, de transformar ese calor en vida, vida nueva, vida pura, vida eterna…
También a ustedes, jóvenes queridísimos, Jesús les muestra ahora esa ciudad que yace a sus pies, y como entonces se compadece de ella… Mientras ustedes -muchos, pero demasiado pocos a la vez- se han dado cita de amor en lo alto… (…) Cuántos están derrochando en el juego cifras enormes, en casinos, tabernas, prostíbulos cuánto cieno, cuánta miseria a estas mismas horas en la ciudad que yace a sus pies, a la misma hora en que ustedes profesan aquí su fe en Cristo… Si Jesús apareciese en estos momentos en medio de nosotros extendiendo compasivo sus miradas y sus manos sobre Santiago y sobre Chile les diría: “Tengo compasión de esa muchedumbre…”
Allí a nuestros pies yace una muchedumbre inmensa que no conoce a Cristo, que ha sido educada durante años y años sin oír apenas nunca pronunciar el nombre de Dios, ni el santo nombre de Jesús….
Yo no dudo pues, que si Cristo descendiese al San Cristóbal esta noche caldeada de emoción les repetiría mirando la ciudad obscura: “Me compadezco de ella” y volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: “Ustedes son la luz del mundo… Ustedes son los que han de alumbrar a las tinieblas. ¿Quieren colaborar conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?”
Este es el llamado ardiente que dirige el Maestro a los jóvenes de hoy. ¡Oh si se decidiesen! Aunque fuesen pocos… Un reducido número de operarios inteligentes y decididos, podrían influir en la salvación de nuestra Patria… Pero ¡qué difícil resulta en algunas partes encontrar aún ese reducido número! Los más se quedan en sus placeres, en sus negocios…
Pero ustedes, mis queridos jóvenes han respondido a Cristo que quieren ser de esos escogidos, quieren ser apóstoles… Pero, ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta, no significa hablar de la verdad, sino que vivirla, encarnarse en ella, transubstanciarse -si se puede hablar así- en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz… Ser delegado de la luz en estos abismos -como dice en una de sus cartas Claudel-, iluminar como Cristo que es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.
(…) Ser apóstol significa para ustedes, queridos jóvenes, vivir su bautismo, vivir la vida divina, transformarse en Cristo, ser continuadores de su obra, irradiar en su vida la vida de Cristo. Esta idea la expresaba un joven con esta hermosa plegaria: “Que al verme, Jesús, te reconozcan”.
A un aprendiz cristiano preguntaba un capellán: ¿Conocen tus compañeros de trabajo el Evangelio? No, no conocen el Evangelio. ¿Conocen a Jesucristo?. No, no conocen a Jesucristo. ¿Y al Papa? Tampoco… Y al Obispo, y al Cura… Tampoco, tampoco. Pues bien he aquí que es a ti a quien corresponde que tus compañeros de trabajo entiendan estas cosas; que al verte se formen una idea de este cristianismo que no conocen. A ti te toca irradiar el Evangelio; que viéndote descubran a Jesús.
Hemos de ser semejantes a cristales, para que la luz se irradie a través de nosotros… “Ustedes los que ven ¿qué han hecho de la luz?” (Claudel)
Una vida íntegramente cristiana -mis queridos jóvenes- he ahí la única manera de irradiar a Cristo, de ser como el Precursor “Luz que ilumina en las tinieblas”…. El cristianismo más que una doctrina es una vida, una actitud total del hombre… El cristianismo o es una vida entera de donación, una transubstanciación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio.
El cristianismo es la prolongación de la obra de Cristo crucificado por nuestro amor. No puede por tanto ser apóstol el que por lo menos algunos momentos no está crucificado con Cristo. Nada harán por lo tanto los que hagan consistir únicamente el apostolado, la acción católica, en un deporte de oratoria, de meetings, de manifestaciones grandiosas… Muy bien están los actos como el que ahora celebramos, pero ellos no son la coronación de la obra, sino el comienzo, un cobrar entusiasmo, un animarnos mutuamente a acompañar a Cristo aún en las horas duras de su Pasión, a subir con El a la cruz.
(…) ¡Oh Señor! si de esta multitud que se agrupa a tus pies brotara en algunos la llama de un deseo generoso y dijera alguno con verdad: “Señor toma y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer lo consagro todo entero a trabajar por Ti, a irradiar tu vida… contento con no tener otra paga que servirte. Y como esas antorchas que se consumen en sus manos, consumirse por Cristo…”
Renovarían las maravillas que ahora mismo obra Cristo por medio de estos jóvenes ardientes… si se deciden a revestirse de Cristo, a sacrificarse por Cristo para irradiar después a Cristo, el Hombre eterno, el ideal más puro y más bello de la vida.
San Alberto Hurtado S.J.
Extracto de un discurso a los jóvenes en 1940