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Lo fascinante de contemplar a Dios
miércoles, 13 de junio de
Catequesis de la audiencia general 13 de junio 2012
Contemplar al Señor es, al mismo tiempo, fascinante y tremendo: fascinante por que Él nos atrae a si y rapta nuestro corazón hacia lo alto, llevándolo a su alteza donde experimentamos la paz, la belleza del su amor; tremendo por que desnuda nuestra debilidad humana, la nuestra inadecuación, la fatiga de vencer al Maligno que insidia nuestra vida, aquella espina clavada también en nuestra carne. En la oración, en la contemplación cotidiana del Señor, recibimos la fuerza del amor de Dios y sentimos que son verdaderas las palabras de san Pablo a los cristianos de Roma cuando ha escrito: «Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).
De una manera en la que arriesgamos de confiar solamente en la eficiencia y la potencia de los medios humanos, en este mundo, estamos llamados a redescubrir y a testimoniar la potencia de Dios que se transmite, se comunica en la oración, con la cual crecemos cada día en el conformar nuestra vida a aquella de Cristo, el cual – como afirma el Apóstol Pablo – «Es cierto que él fue crucificado en razón de su debilidad, pero vive por el poder de Dios. Así también, nosotros participamos de su debilidad, pero viviremos con él por la fuerza de Dios, para actuar entre ustedes» (2 Cor 13,4).
La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza de estar realmente, de hacer cuánto se debe hacer en el mundo. También en nuestra vida de oración podemos tener quizás momentos de particular intensidad, en los que sentimos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobretodo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios. Solamente si somos aferrados por el amor de Cristo, estaremos en condiciones de enfrentar toda adversidad como Pablo, convencidos que todo podemos en Aquel que nos da fuerza (cfr Fil 4,13). Por lo tanto cuanto más espacio damos a la oración, veremos que nuestra vida se transformará más y será animada por la fuerza concreta del amor de Dios.
S.S Benedicto XV
Fuente: radiovaticana.org
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