Evangelio según San Juan 16, 29-33

martes, 18 de mayo de
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 Los discípulos le dijeron: «Ahora sí que hablas con claridad, sin usar parábolas. Ahora vemos que lo sabes todo y no hay por qué hacerte preguntas. Ahora creemos que saliste de Dios.» Jesús les respondió: «¿Ustedes dicen que creen? Está llegando la hora, y ya ha llegado, en que se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo. Aunque no estoy solo, pues el Padre está conmigo. Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo.» 

 

Palabra de Dios.

 

 
Reflexión: Monseñor Carlos Ñáñez | Arzobispo de la Arquidiócesis Córdoba
 
El Evangelio, que la liturgia nos propone hoy, nos plantea una parte del diálogo de Jesús con sus discípulos durante la Última Cena, ya aproximándose al final de esa conversación. De parte de Jesús es una actitud transparente y delicada. Delicada, porque no los apura a los discípulos, no los sobrecarga. El Señor hace mención a que todavía tiene muchas cosas que decirles, pero todavía no están en condiciones de sobrellavarlas; y es también transparente, auténtico, y eso, de alguna manera, los discípulos lo reconocen porque le dicen “Ahora por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas”. En realidad los discípulos todavía no entienden a fondo, de hecho uno de los que está compartiendo la mesa con Jesús lo traiciona, otro lo niega, casi todos, prácticamente, lo abandonan.
Esto, que es algo penoso, sin embargo, permite una revelación íntima; Jesús les anuncia que se van a ir, “ustedes se van a dispersar, cada uno por su lado, y me van a dejar solo”. Pero aquí está lo fuerte, lo realmente importante en esta parte del diálogo, “pero yo no estoy solo, el Padre está conmigo”. Esta es la situación interior del Señor Jesús, esa íntima experiencia del Padre que no lo abandona ni por un instante, y Él se pone totalmente en las manos de ese Padre.
Dirá por allí el autor de la carta a los Hebreos que en virtud de esta entrega de Jesús, confiada, amorosa, sin límites, nosotros quedamos santificados. El Señor repara toda ofensa, hace la maravilla de la reconciliación. Nuevamente el Señor retoma la delicadeza y la transparencia que ha presidido todo este diálogo con sus discípulos durante la Última Cena. Transparencia porque les avisa que en el mundo van a tener dificultades, en el mundo tendrán que sufrir, es decir, la fe en Jesús no es una suerte de seguro contra la adversidad; y la delicadeza porque el Señor los anima, y les dice: “Les digo esto para que encuentren la paz. En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor, Yo he vencido al mundo”.
Entonces esta es una invitación a la confianza y a la fidelidad, descubrir la presencia, la cercanía, la intimidad que nos ofrece el Padre por Jesús y como a Él, y ahí asentar nuestra vida.
 

 

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