El apostolado como identidad cristiana

domingo, 24 de junio de
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Todos somos apóstoles. En un bar, en el trabajo, en la familia, en el taxi, en el hospital o en el gimnasio. Allá donde vayamos o estemos. Todos somos Cristo. Una gran parte de las personas que nos rodean necesitan que les digan algo de Dios, que de manera atractiva y con naturalidad saquemos a relucir las cosas del alma. No hay que ser un gran orador, ni tener dinero, ni ser licenciado o graduado en nada. Basta con ser hijo de Dios y dejarse llevar por Su Amor hasta el corazón del amigo, de los demás, que esperan unas palabras llenas de cariño y resolución y milagro. Y doctrina. Sin adoctrinar con pesadez y a desmano, ya me entienden. Hablar. Escuchar. Escuchar. Hablar. Ser conscientes de nuestra vocación divina, de que el Espíritu Santo transita por nuestras palabras o miradas. Podrán decir lo que quieran, pero la gente tiene unas ganas tremendas de Dios. Se nota. Lo dicen de muchas formas. Incluso mandándonos a paseo o siendo reacios al principio.

 

El apostolado es el natural impulso de alguien que trata a Cristo. Impulso sobrenatural en lo de cada día, en lo normal. 

Leamos el Evangelio. Jesús no perdía oportunidad. Hablaba del Padre, del amor, del perdón, de oración, de misericordia… Y curaba. Y quiere seguir curando. A través de nosotros. ¿A qué esperamos? Tenemos que estar prontos los cristianos, más espabilados. Mostrarnos como somos: enamorados de Cristo. 

La lucha por la santidad es en gran parte ayudar a los demás. Estar muy atentos a las necesidades del prójimo. A sus problemas. Esas conversaciones sencillas, pero profundas. Confidencias. Diálogos inesperados tal vez. Nos esperan. Porque ansían encontrarse con Cristo. Al menos con alguna pista de Su paradero. 

 

 

Dios cuenta con todo eso y nos quiere ahí, en el meollo del mundo y de Su providencia. Justo ahí, en ese trabajo, en esa familia tan estridente, en ese autobús que tomamos todos los días, en la universidad, en la piscina… En donde sea allí estamos nosotros. Y Cristo con nosotros. Y de pronto alguien se acerca y nos narra su vida, o ciertos aspectos de su amargura o tristeza. Y pasa que uno se ve un canalla, mucho peor que cualquiera. En el apostolado uno se emociona muchas veces. Recibes más que das. De Dios y de los demás. Todos estamos en los rudimentos del amor. Todos estamos comenzando, aprendiendo a tratar a Cristo, o a indagar sobre Él. Uno cree que está ayudando a alguien y recibe, por ejemplo, una gran lección de humildad, o de clarividencia sobrenatural.

 

El apostolado cristiano se basa en nuestra vida de piedad, en una vida interior que lucha, en la amistad cada vez más íntima con Dios.

Y llega un momento en que no podemos reprimir ese Amor, esa luz. Se nos sale por los ojos. Puede que no seamos conscientes del todo, pero es así. Creer. Creer en el Amor. Creernos a Dios del todo, sin componendas ni retraimientos. Del todo: entero, crucificado y resucitado, Trino y Uno, hijo de Su Madre Inmaculada y Esposo de Su Iglesia. Escuchar el corazón de la gente y mostrarnos como somos…

 

Fuente: catholic.net- Extractos artículo: "El apostolado como identidad crisitana" -Autor: Guillermo Urbizu

 

 

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