Antorchas que hablan de tu corazón

domingo, 1 de julio de
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 Alocución del Santo Padre Juan Pablo II a la procesión de antorchas de la juventud de Acción Católica-

Plaza de San Pedro

Sábado 21 de junio de 1980
 
¡Queridos jóvenes! ¡Muchachos y muchachas! Han venido a la plaza de San Pedro, con antorchas encendidas, para manifestar la verdad fundamental sobre ustedes mismos.
 
Esas antorchas hablan de sus corazones.
 
Esas antorchas hablan de sus vidas.
 
Dicen que no pueden y no quieren caminar en la oscuridad. Que tienen necesidad de luz. Más aún; que quieren llevar la luz para iluminar los caminos de sus vidas y de la vida de los demás.
 
Confiesan que esa luz es Cristo; que es El la luz de las almas humanas. El es la luz de sus almas jóvenes. Muestra Dios al hombre: quien ve a Cristo, ve al mismo tiempo al Padre (cf. Jn 14, 9). Y muestra el hombre al hombre. El misterio del hombre —a veces tan oscuro y ofuscado— se esclarece en El. Cristo anuncia la Buena Nueva. La anuncia mediante Sí mismo, con la propia vida, con la cruz y la resurrección. Enseña cuán grande es la dignidad del hombre, cuán grande es su vocación.
 
Ustedes, que han descubierto esta verdad, deben tomarla en sus manos como una linterna encendida. ¡Y deben vigilar!
 
 
 
 
Ante todo deben vigilar para que esa luz no se apague, en ustedes. Que no quede sofocada y mucho menos expulsada ni por algún soplo de viento contrario que venga de fuera, ni por falta de combustible en ustedes mismos, en sus corazones.
 
Deben contemporáneamente vigilar en el puesto de los demás y por los demás. Desde hace muchas generaciones, desde hace muchos siglos, Cristo pasa por las calles de esta tierra, …, y de esta ciudad, …
 
Y viene siempre como Esposo, como Quien ha amado al hombre hasta la ofrenda total de sí mismo.
 
¡Que no pase en vano!
 
¡Que lo encuentren los hombres, cada vez más numerosos!
 
¡Que lo encuentren sus coetáneos, cada vez más numerosos!
 
¡Que ustedes mismos puedan mostrarles el camino que lleva a Cristo!
 
Por eso, ruego hoy juntamente con ustedes. Y desde el corazón de esta plegaría, les mando mi bendición en nombre de la Santísima Trinidad.
 
¡Que se abran sus corazones!
 
¡Que se enciendan las linternas en sus manos!
 
¡Vigilen!
 
Juan Pablo II
 
 
Fuente: vatican.va
 
 

 

 

Oleada Joven