¡Que sea bueno, Señor! Bueno en mi rostro, distendido, sereno y sonriente; bueno en mi mirada, una mirada que primero sorprenda y luego atraiga…
Que sea bueno en mi forma de escuchar, para poder experimentar, una y otra vez, la paciencia, el amor, la atención
y la aceptación de eventuales llamadas.
Que sea bueno con mis manos. Manos que den, que ayuden,
que enjuaguen las lágrimas, que estrechen la mano del pobre y del enfermo para infundir valor,
que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriban una hermosa carta a quien sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa;
manos que sepan pedir con humildad para uno mismo y para quienes lo necesitan, que sepan servir a los enfermos,
que sepan hacer los trabajos más humildes. Que sea bueno en el hablar y en el juzgar;
Mirando a Jesús -para ser imagen de Él- que sea,
en este mundo y en esta Iglesia, contemplativo en la acción; que transforme mi actividad
en un medio de unión con Dios; Que esté siempre abierto y atento a cualquier gesto de Dios Padre
y de todos sus hijos, que son mis hermanos.
Amén
Adaptación texto de un retiro a sacerdotes dado por el P. Pedro Arrupe, S.J