El náufrago

domingo, 5 de agosto de
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El único sobreviviente de un naufragio fue arrojado por las olas a la playa de una pequeña isla deshabitada.
Cuando tomó conciencia de su penosa situación, oraba constantemente a Dios pidiendo que lo rescatara.
Y todos los días clavaba sus ojos en el horizonte buscando una ayuda que nunca llegaba.
Cansado de lo inútil de sus oraciones, comenzó a construir una pequeña cabaña para protegerse, y guardar los escasos enseres que el mar arrojó a la playa junto con los restos del barco hundido.
Con trabajo, ingenio e infinita paciencia logro levantar una cabaña confortable. Hasta se construyó un pequeño hogar en el que ardían los troncos durante la noche, proporcionándole luz y calor.
Pero un aciago día, después de haber recorrido una gran extensión de la isla buscando comida, regresó.
Con infinito dolor encontró la pequeña choza en llamas. El humo del incendio subía hacia el cielo.
Todos sus pobres y escasos enseres habían desaparecido, pasto de las llamas.
El náufrago estaba confundido y enojado con Dios y llorando le decía:
– ¿Señor, cómo has podido hacerme esto?
Lloró de rabia e impotencia durante un largo rato. No le quedaban fuerzas para comenzar a construir una nueva cabaña… Y se quedó dormido sobre la arena.
Cuando despertó y miró la línea del horizonte, allá donde el mar se junta con el cielo, no podía creer lo que sus ojos contemplaban: Un barco se acercaba a la isla. Venían a rescatarlo.
Cuando el bote de aquellos marineros llegó a la playa, el naufrago les abrazó. Y pasada la primera
emoción y sorpresa, les preguntó:
– ¿Cómo supieron que yo estaba aquí?
Y sus rescatadores se miraron con sorpresa, y le contestaron:
– Vimos las señales de humo que nos hiciste…
 
 

 

 

Oleada Joven