Galería de corazones

domingo, 5 de agosto de
image_pdfimage_print

 

 

El corazón reloj
El corazón reloj es el que vive cronometrando lo que da. Lo que da es en realidad, para él, tiempo. Te da “tanto” tiempo de su tiempo. Por supuesto, él tiene que organizarlo con un comienzo y un fin bien establecidos, si no, no es tiempo dado, sino robado, “le robaron ‘su’ tiempo”. Quiere que cada cosa ocurra en un tiempo determinado. Y no sabe, que a las cosas de la vida, y en especial, a las del corazón, no se les puede fijar un tiempo para comenzar, y otro para terminar. En esto, es tan inútil apurar los tiempos, como retardarlos. Las cosas son en el tiempo que tienen que ser, y hay que saber “tomarse tiempo”, si se quiere ser su testigo. En la medida en que abandone poco a poco su reloj a batería para empezar a guiarse por el reloj de sol, que en su giro respeta los tiempos que le marca Dios, podrá entender que dar, no es sólo tiempo.
 
El corazón solidario
El corazón solidario es el que hace espacio en sí mismo para la debilidad del otro. Un corazón no es solidario de por sí. Se vuelve solidario a partir del conocimiento de su propia indigencia. Se da cuenta que la necesidad del otro, en algún momento fue la suya, o bien, puede ser la suya. Un corazón se vuelve solidario cuando percibe que el que está a su lado está a punto de caer, y se apresura a tomarlo de la mano. Tomarlo de la mano, no es hacer las cosas ocupando su lugar, sino completar las fuerzas que de momento a él le faltan, para hacerlas por sí mismo. Su peligro es ubicarse tanto en el lugar del que se solidariza, que se olvide de la esencial necesidad que tiene, de que otros se solidaricen también con él.
 
El corazón parchado 
Un corazón termina parchado (lleno de parches) cuando arregla las cosas a medias. Cuando no pone su esfuerzo, todo de una vez, sino que necesita repetirlo continuamente, por lo mediocre y descuidado de cada intento. Ahora bien, a medida que van siendo menores las fuerzas, cada vez son peores los arreglos, y por lo mismo, menos duraderos. De este modo, su vida es una continua inestabilidad, en la que mientras una cosa, se da por arreglada, otra, ya va mostrando en su deterioro, lo precario de aquella paz que se creía alcanzada. Empezar a resolver con un criterio coherente pequeñas situaciones, le permitirá volcar sin dispersión, la totalidad de sus fuerzas.
 
El corazón monitoreado 
El corazón monitoreado es el que pasa toda su vida mirando su corazón como en una pantalla de terapia. Vive haciendo terapia. Quiere ver lo que siente, por qué lo siente, desde cuándo lo siente, en dónde lo siente. Mas, lo que no dice, es que en verdad no quiere hacerse cargo de lo que siente. Es un espectador de sí mismo, un televidente. Se mira en la pantalla de su continua introspección, mas nunca en la realidad misma. Gasta todo su esfuerzo y dinero en tener “el parte diario” que le dé su cuota de seguridad. En realidad, lo que necesita es confiar que ese Dios que monitorea su corazón, cuando aparezca algo que de verdad haya que atender, no dudará en mostrárselo.
 
 
El corazón inalcanzable 
El corazón inalcanzable es el del que se para sobre su propio corazón. Tiene un ego tan grande que empacha a todos hablando siempre de sí mismo. No existe otro tema de importancia que no sea él y sus cosas, sus criterios, sus opiniones, sus comentarios, sus impresiones. Se acerca a otro, sólo para tener alguien que le salga de testigo de lo que va a ver u oír de él. Por su escalera de acceso, nunca baja a lo que al otro le ocurre o pasa. Siempre es el otro el que tiene que hacer el esfuerzo de subir hasta él. Todo lo ve desde la altura de su sobreelevado yo. Lo cierto es que si descendiera más frecuentemente para buscar a los que a él se arriman, empezaría a entender que hay otra realidad distinta de la que percibe él.

El corazón guardado 
Un corazón guardado es un corazón sin uso. Un corazón que se cuida hasta de empolvarse. Se cuida de tener colesterol, de tener afectos, de solidarizarse, de amar en más, de ser amado en menos, de…, de…, de… Está guardado (dice), para una supuesta ocasión que nunca llega, mientras una tras otra, pasan infinidad de situaciones que le reclaman ponerse. Un corazón guardado es, en el fondo, un corazón tan enamorado de sí mismo, que le parece que ninguna situación es digna para él, que ninguna está a su altura. Un corazón así, necesita aprender a “salir al ruedo”, hasta para lo más mínimo. De ese modo, descubrirá lo enriquecido que vuelve después de cada situación.
 
El corazón explosivo 
Un corazón cerrado con mucha frecuencia se convierte en explosivo. En un momento dado, ya no aguanta la presión de las cosas que lleva dentro, y explota. Con la explosión, destruye lo que tanto se preocupó en cuidar: la buena imagen que los otros tenían de él. De modo que rota su imagen, las explosiones, empiezan a sucederse con mayor frecuencia. Al punto que, su inicial carácter pacífico, poco a poco se torna colérico, y de permisivo, se vuelve intolerante. Necesita aprender a abrir lo que se va cociendo dentro de él como malestar, antes, de que la situación lo desborde y sea tarde. De ese modo no caerá de un extremo en otro, sino que aprenderá a caminar por un buen justo medio.
 
El corazón exigente 
Un corazón exigente es un corazón que no se perdona nada, ningún error, ninguna equivocación, nada. Es un corazón que anda detrás de sí mismo con una vara; listo para marcar cuanto antes lo que se haya hecho mal. Y por supuesto, antes de permitirse si quiera, celebrar lo poco bueno que haya podido hacer. Es un corazón que vive siempre a presión; que no sabe disfrutar. Un corazón que se exige siempre 10, aún cuando su medida es el 9. Es un corazón que no tiene alivio, ya que siempre encuentra algo para reprocharse. Mirar de frente sus propios errores, viendo lo mucho que aprende y crece con ellos, le enseñará a no reprenderse, sino a “re-aprenderse” a sí mismo.
 
 
 
El corazón enredado 
Un corazón se enrrieda, cuando da vueltas sobre sí mismo sin tomar ninguna decisión. Queda atado y sin poder decidir: hacia atrás, en donde está, y hacia delante. Hacia atrás, por la lectura que hace de lo que ocurrió. Siempre cree haberse equivocado. Y esa supuesta equivocación no le deja avanzar. En donde está, porque quiere controlar tantas cosas al mismo tiempo, que el desborde lo marea y paraliza. Hacia delante, porque atribuye a lo que está por venir, un carácter negativo (que ni siquiera tiene porque aún no ocurrió), al cual cree que nunca será capaz de superar. Empezar a tomar pequeñas decisiones, comenzaría a desatarlo hacia atrás, en donde está, y hacia delante.
 
El corazón de espinas 
Un corazón de espinas es un corazón que está siempre a la defensiva. Un corazón que teme que se aprovechen de él. Temor, que le impide salir como quisiera, en el momento de darse a los demás. Por eso sus salidas terminan siendo irónicas, punzantes, agresivas, dolorosas. En cada lugar donde siente algo suyo vulnerable, trabaja por proyectar una espina (no vaya a ser que descubran que en verdad allí es débil). Eso sí, cada tanto, saca una flor bellísima que demuestra la lucha que es para él cargarse a sí mismo con ese carácter. Es en estos gestos, en donde debe ejercitarse. La alegría y aceptación de los demás, le hará ir menguando la agresividad de sus defensas.
 
El corazón de carne 
Un corazón de carne siente sin miedos el fluir de la sangre que circula por él (personas, situaciones, emociones, etc.). No se asusta si lo que entra (lo que se presenta), necesita ser purificado. Se preocupa más bien, de que lo que salga de él no vaya contaminado de malos humores. Pues eso, envenenaría todo el cuerpo, todo el ambiente. Un corazón de carne, trabaja en función del bien de la totalidad del cuerpo, no sólo en función de sí mismo. Trabaja para que cada uno de los miembros que forman el cuerpo pueda hacer lo suyo, y de la paz que de esto venga, alimentará su alivio. El peligro del corazón de carne es pasar, poco a poco, de lo que es un “ritmo continuo”, a una lenta y solapada “rutina diaria”.
 
El corazón cerrado 
Un corazón cerrado es un corazón que pone llave a lo que le pasa dentro. La llave es una excusa, una justificación. Llave, que desde ya, no da a nadie y guarda celosamente. Dice que sólo él entiende verdaderamente lo que le pasa, y nadie más. Rara vez se abre, y cuando lo hace, es a oscuras, con términos muy oscuros, para que nadie vea lo que allí guarda. Por supuesto, piensa que hay más cosas de las que en realidad tiene. Cuando entra en su corazón, no permite que nadie entre junto con él. Lo mejor que le puede pasar es perder su llave, para así tener que abrirse forzosamente.
 
 
El corazón accesible 
¿Cómo se sabe cuándo un corazón es accesible? Cuando los pequeños lo alcanzan. Cuando siente que las cosas pequeñas lo alcanzan, lo hacen vibrar, sentir. Cuando siente el roce, por más suave que sea, de la mano que se estira por alcanzarlo. Un corazón es accesible, cuando no se pone mal por haber sido alcanzado, ni se siente menos por ser alcanzable. Cuando considera el ser alcanzado como una victoria, y no como una derrota. El peligro del corazón accesible es creer que su accesibilidad no admite el descanso (más que legítimo) que repare sus fuerzas. Y finalmente termine inaccesible por haberse enfermado.
 
El corazón víctima 
El corazón víctima es el que considera que todos lo han herido, y no le queda, sino estarse sólo con él. Él se dará a sí mismo, lo que nadie sabe darle. Su lectura del amor, mide únicamente cuánto amor le tienen. No se le ocurre preguntarse cuánto mide su propio amor. Los demás siempre le están en deuda. Él no le debe nada a nadie. Es un corazón que vive abrazado a sus heridas. Y aún cuando la intención de los demás sea buena, y así suene, todo lo interpretará en la frecuencia de la víctima, por eso, no vive feliz. Al darse su propio amor, se repite a sí mismo: “necesitás de este amor porque nadie te ama”. Si estuviera más atento a las heridas de los demás, para abrazarlas, dejaría de abrazar las suyas, y descubriría todo el amor, que en verdad, los demás le tienen.
 
El corazón transparente 
El corazón transparente es el que conoce y vive su verdad, y no tiene nada que ocultar. Deja pasar la luz que viene desde su interior como un cristal, abriendo una belleza de tonalidades que habla de horizontes amplios y serena reconciliación. El corazón transparente es el que desaparece mientras deja pasar la luz. La belleza que debe percibirse es la de la luz y la del Autor de la luz, que es también el Autor de la transparencia del propio corazón. La luz, no sólo sale de él reconciliada, sino que también, entra en él de la misma forma. Su peligro consiste en no saber cuidarse de los curiosos. Pues hay, quien, más que celebrar la belleza de la luz, sólo busca sacar provecho de ella.
 
Javier Albisu sj
 
 

 

 

Oleada Joven