La luz de la luna

jueves, 6 de septiembre de
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Hay cosas que se pueden comunicar a la distancia. Cosas en que podemos oficiar de intermediarios sin comprometernos. La luz es de ese tipo de realidades.

A una caravana invexperta la noche sobre la huella y le arrebató el sol. Y con el sol le quitó todos los puntos de referencia que hasta ese momento le habían permitido conocer el camino.

 

Careciendo de luz, todo se les volvió ambiguo y debieron detenerse, hasta que la luz volviera.

 

La esperanza les renació cuando sobre el horizonte vieron asombar la brasa roja de la luna. Supieron, o creyeron, que ella les devolvería la luz del sol ausente, y la capacidad de continuar la ruta en busca de la meta.

 

Y aquel inmenso astro apagado, de corteza reseca, supo sí transmitirles la luz. Una luz bella. Pero desgraciadamente una luz amputada de su calor. El astro comenzó a hablarles desde la lejanía, asegurándoles la existencia del sol lleno de vida y de luz. Pero sólo supo comunicarles la luz. Porque en sí misma ella no había aceptado la vida.

 

¡Ah! ¡Si la Luna hubiera dejado incendiar por el Sol! Entonces, junto con su propia luz, habría comunicado también el calor que aquella caravana necesitaba para seguir su ruta.

 

 

Porque ahora la caravana inexperta veía, sí, el camino. Pero carecía de la fuerza y el coraje de seguirlo. La escarcha le mordía la carne y la atería de frío.

 

¡Qué triste es ver morirse de frío caravanas enteras! Y eso a la luz de una luna que les asegura desde su lejanía la existencia de astros incendiados.

 

¡Cuántas veces dragoneamos la luna en la noche de los demás! A los que viven en la cara oscura de la Tierra nosotros les hablamos de un Dios oculto del otro lado. De un sol que calienta otros continentes. Quizás nosotros hayamos logrado escapapr del cono de sombra de la Tierra. A lo mejor el sol nos ilumina la cara y reseca nuestra corteza. Pero transmitimos a los demás sólo el frío resplandor de nuestros conocimientos. El dato pálido de un Dios que existe pero que en el fondo no nos compromete.

 

No nos incendia.



Fuente: "Las abejas de la tapera" Editorial: Patria Grande Autor: Mamerto Menapace

 

 

Oleada Joven