Vida a la Vida

martes, 11 de septiembre de
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 Hace ya varios años, cuando visitábamos la vieja cárcel de Valparaíso, un hermano me mostró este hermoso poema que le dedicó un ‘interno’ a quien él evangelizaba y me lo entregó, a condición que yo mantuviera en reserva su nombre y el del autor. Creo que en estas líneas se expresa el sentir y el reconocimiento de muchos internos hacia todos quienes les llevan el Mensaje de Amor y Esperanza tras las rejas. 

 

 

Leer Eclesiastés, fue verme al espejo; 
conversar contigo fue coger tu mano
y salir de aquel pozo oscuro, 
sacar aquella venda que no dejaba ver. 
Muchas veces caminé y pasé por tu lado
mientras predicabas; 
nunca puse atención, sólo era normal
que estuvieras allí, 
predicando en aquel desierto de hombres, 
quizás olvidados, sordos sus corazones, 
o sedientos de amor y comprensión. 
Eso tú lo sabes, hermano, 
tú tienes esa visión, sólo tú lo ves. 
Muchas noches me pregunté por mi destino, 
y mi respuesta fue incierta; 
me he fabricado miles de mañanas, 
todas diferentes, y sé que no serán. 
Pero serán de paz, de amor, de tranquilidad. 
De esa paz que dices tener, 
del amor que tú predicas, 
la tranquilidad reflejada en tu rostro. 
Cómo explicarte, hermano, 
ese sentir, después de cada conversación. 
¿Es la tranquilidad del espíritu?
¿Es la sed saciada?
¿Es la paz del alma?
No puedo decir qué es, 
pero sólo sé que es bello, 
y tiene belleza la luna, 
aún mirándola desde aquí. 
Los amaneceres de cada día
tienen motivos, y eso es Vida.
 
 
Fuente: www.revistapentecostes.cl 
 

 

Oleada Joven