Evangelio según San Lucas 7,1-10

viernes, 14 de septiembre de
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Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
 


Palabra de Dios

 

 


 

Reflexión: P. David Silva Diócesis de Cruz del Eje

 

 

En el Evangelio de éste día vemos a Jesús que entra en Cafarnaúm. Allí se encuentra un Centurión que tenía su sirviente enfermo. Era un oficial de las tropas romanas que estaba al frente de sus soldados. Este centurión era simpatizante de la religión judía ya que había mandado a construir una sinagoga. No debemos olvidar que los judíos no simpatizaban con los paganos, con los militares romanos ni con todos los que se relacionaban con ellos por estar sometidos al Imperio Romano. Jesús no se queda en las apariencias, y su mirada va mucho más allá, su mirada penetra el corazón de los demás.

 

Distinto al Evangelio de Mateo (8,6) donde dice que el centurión se acerca a Jesús. En el Evangelio de Lucas, que estamos meditando hoy, no dice que ya lo conocía personalmente, sino que había oído hablar de Jesús. Alguien le había contado que existía Jesús. Alguien se lo anunció! (Lc 7,3)

 

Ejemplar es el afecto del centurión por su siervo que está por morir, su humildad que le hace creerse indigno de recibir en su casa al Señor, y sobre todo su fe heroica, que no pone límites al poder de Jesús: “Basta que digas una palabra y mi siervo se sanará”. Y Jesús, que en otro momento había denunciado con tristeza la falta de fe en aquellos que lo rodeaban, no puede evitar exaltar la grandeza de la fe de aquel centurión pagano: “les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”.

 

Los invito, que en éste día y a la luz de éste texto, elevemos al Señor nuestra acción de gracias por el don de la Fe que nos confió en el bautismo. Y preguntarnos ¿Cuántas veces en el día le damos gracias al Señor por el don de la fe?

 

La fe que hace posible que el Señor obre en nuestras vidas. Dar gracias por la fe de tantos hombres y mujeres que la han recibido y la han compartido a lo largo de la historia. La fe de María, la Virgen, por eso le decimos confiados: “Feliz de Ti por haber creído, que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45).

 

La fe que sembraron en nuestros corazones tantos seres queridos, nuestros abuelos, nuestros maestros, nuestros padres, algún catequista, un sacerdote, alguna religiosa. Tanto para dar gracias a Jesús, porque otros, como al centurión, nos han hablado de Jesús, nos han compartido la fe. Nos han hecho oír la dulzura de nuestra fe.

Fe que debe irse purificando y fortaleciendo, haciendo nuestras las palabras de los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe” (Lc. 17, 5)

 

La fe que resplandece en nuestras obras para que el mundo crea. La fe pequeña, como el granito de mostaza, pero que es capaz de grandes cosas. La fe que se hace oración, servicio, confianza, perdón, alabanza y humildad ante la grandeza del Señor.

 

El Papa Benedicto afirma en una reflexión que "educar a las nuevas generaciones en la fe es una tarea grande y fundamental, a la que está llamada toda la comunidad cristiana", y que por ser "especialmente difícil, es más urgente que nunca".

 

Por eso la Iglesia nos llama a la obra de evangelizar, no podemos callar nuestra fe, ni esconderla. Iluminar los lugares donde habitualmente nos movemos, en el trabajo, en el colegio, en la universidad, en la calle, en nuestra casa. Cuántos hermanos creerían en el Dios Vivo, si por nuestros labios oyen hablar de Jesús. Y así darlo a conocer.

Que alegría para el corazón del Joven que escucha la voz suave de Jesús que le dice: ¡Joven, qué grande es tu fe!.


 

 

Oleada Joven