De arriba para abajo

martes, 18 de septiembre de
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– ¡Llueve!. – dijo, y sonrió.
– Sí… – le contestaron – ¡Y de arriba para abajo!… 
 
Los dos pusieron cara de chiste tonto y se reían mientras dejaban la lluvia caer. 
 
Están pensando en tantas cosas… una por cada gota que cae. La lluvia los arrastra a la infancia y a esos momentos donde era más facil pensar en lo maravilloso de la naturaleza. Cuando no estaban preocupados por cómo esquivar los charcos sin mojarse, o caminar por el centro sin chocarse con otros paraguas.
 
La lluvia se brinda. Trae algo desde lo alto.  Y siempre hace que  el aire quede rociado con ese sentimiento húmedo de la nostalgia. Creo yo, de una nostalgia muy antigua, de cuando no sabíamos porqué el cielo de pronto venía a nosotros. La lluvia nos hace sentir pequeños, frágiles, e indefensos también. Pero en vez de darnos miedo, invita al niño de adentro a salir a chapotear y a maravillarse.
 
En esa escalera de gotas va y viene un vínculo ancestral entre el cielo y la tierra, de Creador a criatura, y viceversa. Cada gota que golpea en la cara puede ser un mensaje. Una palabra que desciende y resuena en el trinar de los pájaros que también salen a recibirla. Y sus trinos son alabanzas, diría yo. A veces la ciudad nos carga los ojos de sequedades que afean la vista como el barro en un parabrisas. La lluvia viene a lavarnos de afuera para adentro. Si la dejamos.  
 
Están los que le creen a la lluvia, y los que le creen al sistema meteorólógico. Para unos la lluvia es siempre un regalo, una analogía casi sacramental de la bendición. Para los otros siempre llueve de arriba para abajo, y nada más.



 

Fran Alday