Yo soy el que comprende, el que adora y suspira. Toda la primavera canta en mi corazón. Siento con la armonía de la tierra que gira y en el azul del cielo con la constelación.
Voy sobre los abismos, bajo el cielo, en Pegaso volando, atento al ritmo de mi música interna; y las formas se ofrecen, sagradas a mi paso, con la expresión cendrada de su belleza eterna.
Porque todo en el mundo es bello eternamente, y cada instante tiene su inefable emoción. Canto con las estrellas, suspiro con la fuente y sueño con la luna la célebre visión.
¡Oh, celeste visión del alma mía pura, y de mi corazón, que sueña, iluminado por el amor divino, por la eterna hermosura, ante el tiempo infinito y el más allá ignorado!
Admiro la belleza del mundo… la alegría profunda de las cosas, y el profundo dolor… Sobre mi pecho alienta la divina armonía como brisa que pasa y estremece la flor.
Un sol eterno y puro me alumbra noche y día… ¡Porque en mi corazón está el amor!
Rafael Lasso de La vega
De «Las emociones inefables»,
en El corazón iluminado y otros poemas