Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra, tú nos dijiste: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso». Sí, poderoso Monarca de los cielos, mi alma encuentra en ti su descanso al ver cómo, revestido de la forma y de la naturaleza de esclavo, te rebajas hasta lavar los pies a tus apóstoles.
Entonces me acuerdo de aquellas palabras que pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: “Les he dado este ejemplo para que lo que hice con ustedes, ustedes también lo hagan. El discípulo no es más que su maestro… y sabiendo esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica”. Yo comprendo, Señor, estas palabras salidas de tu corazón manso y humilde, y quiero practicarlas con la ayuda de tu gracia.
¡Qué manso y humilde de corazón me pareces, Amor mío, bajo el velo de la Eucaristía! Para enseñarme la humildad, ya no puedes abajarte más. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad,
y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento,
pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo.
Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti.
Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud que deseo. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: «¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!»
Amén
Santa Teresita de Lisieux , fragmento “Oración para alcanzar la humildad” , 16 de julio de 1897