Creo en un Dios impotente, en un Dios debilitado, creo en un Dios que no puede, que no triunfa. Derrotado.
Creo en un Dios tan vecino que se vuelve un Dios humano, que su vida entre nosotros, es muerte que le entregamos.
Creo en un Dios sin poder, hecho hombre y torturado, y por corona: ¡espinas!, y por respuesta: ¡insultado!.
Creo en un Dios impotente, un Dios de brazos atados, un Dios distinto a los hombres poderosos, soberanos…
Creo en un Dios que no sabe negar lo que ha declarado, creo en un Dios impotente, ¡impotente de enamorado!
Creo en un Dios novedoso, de novedad siempre a mano que genera a cada instante lo que el amor va dictando.
Creo en un Dios generoso, del amor crucificado, creo en un Dios también pobre, que tiene a los pobres al lado.
Creo en un Dios que no puede, ¡es el amor quien lo ha atado! Creo en un Dios sin poder, pobre… ¡resucitado!
Amén.
E. de la Serna