Día 12: La anunciación

jueves, 28 de febrero de
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La vida discipular es un combate

P. Javier Soteras

«El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual». (Catecismo 405)

 

Para alcanzar la perfección de la caridad, a la que todo cristiano está llamado en virtud de su vocación y Bautismo, es necesaria no sólo la gracia de Dios, sin la cual nada podríamos, sino también un correspondiente empeño de nuestra parte. Este empeño, por el que buscamos que en nosotros se desarrolle la vida del espíritu, se asemeja a una lucha, a un combate, por las dificultades e intensidad que comporta. En este sentido entendemos que «la vida es permanente milicia», una milicia que, bien llevada, conduce a nuestro máximo despliegue, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.

 

El demonio

 

Al hablar de combate, entendemos que tenemos ciertos enemigos contra los que hemos de luchar. ¿Contra quien es esta nuestra lucha, y cuáles son sus armas y estrategias?

 

El Papa Pablo VI nos ha enseñado con claridad que el mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. En nuestras luchas diarias ¡jamás hay que olvidar o desestimar la injerencia del demonio! Es más, es necesario ser sobrios y velar, porque el diablo “ronda como león rugiente, buscando a quién devorar”.

 

Para lograr su objetivo, que es apartarnos de Dios y destruirnos, el demonio se vale de la tentación. Por la tentación el demonio busca hacer que desconfiemos de Dios, de su bondad, de que Él realmente quiere nuestro bien, incita a la desobediencia, a la rebeldía, a rechazar a Dios y sus designios. El Señor Jesús, tentado en el desierto y victorioso, nos enseña como enfrentar las tentaciones: con criterios objetivos, que son los que encontramos en la Sagrada Escritura. Él nos enseña que la tentación se rechaza de plano, que con la tentación no se dialoga, pues quien como Eva entra en el diálogo con la tentación poco a poco es envuelto en la ilusión y fantasía, y engañado termina pensando que lo que es un mal objetivo en realidad es "bueno para mí". Una vez que la tentación logra esa sustitución, la voluntad se dirige hacia el mal que ahora, en la mirada de la persona, tiene apariencia de bien.

 

El mundo

 

Nuestra lucha es también contra el "mundo" antagónico a Dios, el ámbito personal o social del hombre sometido a la influencia y dominio del Maligno. Este mundo engloba un conjunto de anti-valores, normas y criterios opuestos al Evangelio, o que pretenden ser indiferentes a Él, y nos presenta el poder, el tener y el placer como criterios de acción y fuente de realización para el ser humano.

 

El mundo ejerce un sutil influjo en los hijos de cada época de la historia. También nosotros hemos asimilado con los años muchos de sus criterios y actuamos en la vida cotidiana de acuerdo a ellos. La conversión empieza justamente por un "cambio de mentalidad", por una metanoia, es decir, por el decidido empeño de despojarse de los "criterios del mundo" y asimilar los "criterios del Evangelio" para vivir de acuerdo a ellos. Esta lucha diaria implica educarnos en una constante actitud crítica: debemos aprender a juzgarlo todo desde el Evangelio.

 

Cabe decir que este "mundo" así entendido es algo diferente del "mundo" cuando con esa palabra se designa en la Sagrada Escritura la creación, o más específicamente la humanidad. En este caso el término tiene un sentido positivo.

 

 

El hombre viejo

 

¿No experimentamos muchas veces en nosotros una fuerte división? Digo que le creo al Señor, que quiero hacer lo que Él me dice, me entusiasma el ideal de la santidad, pero ¡con cuántos de mis actos niego mis anhelos, niego al Señor! También San Pablo, una gran santo y apóstol, experimentaba en sí esta división y conflicto interior: «Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco».

 

Las pasiones desordenadas que me llevan a hacer el mal que no quería, las tendencias pecaminosas que descubro en mí, los malos hábitos y vicios, mis caprichos y la ley del gusto-disgusto que prima tantas veces en mí como criterio de elección, son elementos que forman parte de esta compleja realidad personal que llamamos "hombre viejo". Se trata del pecado «que habita en mí»y que en mí ha dejado sus secuelas. Es este un enemigo que llevo dentro de mí, que continuamente ofrece batalla y resistencia. En esta lucha se trata de alcanzar, por medio de un trabajo ascético y en apertura a la gracia divina, un auto-dominio que nos permita reordenar nuestro interior y orientar todas nuestras energías y potencias al propio despliegue en el cumplimiento del Plan divino. El ejercicio de los silencios es un medio excelente para crecer día a día en este auto-dominio o maestría de mi persona.

 

Vale la pena anotar que la presencia del "hombre viejo" en nosotros no nos hace malos. Por la reconciliación en el Señor Jesús hemos superado la ruptura que introdujo el pecado original en nuestras vidas, reconciliación que la Iglesia nos ofrece desde nuestro Bautismo y que nos hace "hombres nuevos". Sucede, más bien, que son las consecuencias del pecado las que nos aquejan y se traducen en esa inclinación al egoísmo y al mal que está detrás del "hombre viejo". Se trata de una distorsión en nosotros, que somos buenos.

 

 

 

 

La encarnación

P. Julio Merediz


Continuamos este camino de los ejercicios espirituales según la experiencia de Dios, que nos han transmitido a través de los tiempos San Ignacio, sus compañeros, y en nuestra tierra el P. José Gabriel del Rosario Brochero. En esta segunda semana nos vamos perfilando al seguimiento de Jesús "¿Qué hago, qué haré por cristo? ponderando siempre todo lo que Él ha hecho y hace por mí, y que me da seguridad de lo que seguirá haciendo por mí". Hay un hecho que es central en este conocimiento de Jesús que es el misterio de la encarnación, gran misterio que marca la historia de la humanidad. Tan es así que la humanidad se divide en dos, desde antes de Cristo a después de Cristo. Los ejercicios están marcados por la encarnación del hijo de Dios.

 

Nos ponemos en la presencia del Señor, y sentir el Señor que me mira, que me ama y que nuevamente quiere darse. Puede ayudarnos el salmo 97:


Cantemos al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.


Desarrollo de la contemplación


La petición que venimos haciendo desde hace unos días, que es en cierto modo la gran petición no sólo de los ejercicios sino de la vida: “Señor dame gracia para que te conozca internamente, para que conozca tu corazón, para que conociéndote más te ame y te sirva”. Pedimos ese conocimiento interno de Jesús que por mí se hace hombre, por mí entra a compartir la vida de los hombres. San Ignacio pone este acontecimiento en el contexto de todo el mundo; Cristo se encarna por la salvación de todos los hombres:


El primer punto es ver las personas, unas y otras; y primero las de la faz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en actitudes, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc.
 
              2.º: ver y considerar las tres personas divinas (la Santísima Trinidad) en su divina majestad, cómo miran toda la faz y redondez de la tierra, y todas las gentes en tanta ceguedad y cómo mueren y descienden al infierno.
 
              3.º: ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflexionar para sacar provecho de lo que vemos.


San ignacio nos presenta tres ambientes, la tierra, Dios contemplando al hombre, y en un lugar minúsculo de la tierra acontecerá la encarnación. Después continúa:


El segundo punto: oír lo que hablan las personas sobre la faz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfeman, etc.; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: “Hagamos la redención del género humano”, etc.; y después lo que hablan el ángel y Nuestra Señora; y reflexionar para sacar provecho de sus palabras.


El tercero: después de mirar lo que hacen las personas sobre la faz de la tierra, como por ejemplo herir, matar, ir al infierno, etc.; asimismo lo que hacen las personas divinas, es a saber realizar la santísima encarnación, etc.; y asimismo lo que hacen el ángel y Nuestra Señora, a saber, el ángel hace su oficio de enviado y Nuestra Señora se humilla y da gracias a la divina majestad; y después reflexionar para sacar algún provecho de cada cosa de éstas.

 


Misterio de la encarnación


Primero lo contemplamos como misterio de la encarnación, aquello que nos traen San Pablo (Filp 2, 5-11): "Jesús no guardando para sí su condición divina, se anonadó, haciéndose semejante a los hombres y presentándose con aspecto humano”. Cristo asume toda la condición humana, excepto el pecado. Incluso Dios "lo hizo pecado por nosotros", solidario con una humanidad débil y pecadora a fin de que nosotros seamos justificados en Él. El hecho de que Jesús sin perder su naturaleza divina asume un cuerpo de carne, nos lo hace sentir mas cercano, mas fraterno y más cercano.

 

Será el cuerpo de la oblación inicial y definitiva. Al entrar al mundo dice, según san pablo "Tú no has querido sacrificio ni oblación, en cambio me has dado un cuerpo. Aquí estoy yo, vengo para hacer, Dios, Tu voluntad (Heb 10, 4).  Será el cuerpo que se fatiga y sufre, el cuerpo que tiene hambre y experimenta la sed, a través del cual entrará Jesús en diálogo con sus discípulos, con los enfermos, con los endemoniados, con los niños, con los pobre, con los pecadores, con los que buscan su curación y su palabra. Será el cuerpo que ofrecerá por nosotros en la cruz como medio de reconciliarnos con el Padre y a los hombres entre sí, y que nos dejará como pan para la vida en el mundo. Será el cuerpo de la revelación del Dios invisible, de la inmolación y oblación definitiva. Este es el cuerpo que se entrega por ustedes.

 

 

Dios que se pone al servicio


Para Cristo servir es ser enteramente fiel al plan de Dios, amar intensamente a los hombres, a cada uno, a dar por ellos la vida en la cruz a fin de reconciliar al mundo con el Padre. Es preciso entender el servicio de Cristo al Padre y al hombre, servicio de reconciliación y de novedad en el espíritu, de silencio y de cruz, para también comprender el servicio de la iglesia, y de nosotros, hombres y mujeres de iglesia. Nuestro servicio en la iglesia como el de Cristo mira esencialmente al Padre en su voluntad adorabe de la salvación del hombre. Una iglesia servidora de la humanidad es una iglesia que predica el reino y celebra la eucaristía, una iglesia que muestra los bienes invisibles y la vida futura pero que al mismo tiempo descubre al hombre sus propios valores irrenunciables, se solidariza con sus sufrimientos, busca curar sus heridas y superar su muerte en la esperanza.

 

En el texto de San Pablo concluye diciendo: se humilló Jesús hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Hablamos de una inmolación total, pero que deriva del amor: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. Por eso en la misma encarnación no podemos olvidar que está la exigencia de la obediencia y de la entrega en la cruz por cada uno de nosotros.

 

Nosotros, iglesia, hacemos nuestra pasión, se prolonga en cada uno de nosotros. Se prolonga también en la comunidad cristiana, perseguida, interiormente sacudida por las tensiones y las búsquedas, muchas veces desgarrada o adorablemente crucificada por sus propios hijos. Completamos así el camino de anonadamiento de cristo, la encarnación, el hacerse siervo, la obediencia hasta la muerte de cruz. Pero todo ello es condición para la glorificación definitiva, "por eso Dios lo exaltó, le dio el Nombre que está sobre todo nombre". Ese es el nombre de Jesús, el nombre que María y José pondrán a ese niño que les fue anunciado por el ángel.

 

 

 

La anunciación del ángel a María

 

Tomamos el evangelio de San Lucas 1, 26-38.


Ante esa realidad del mundo donde se encarna Jesús por determinación de la Santísima Trinidad, “hagamos redención del género humano”. Acabamos de oir las palabras del ángel a María “Alégrate, llena de gracia el Señor está contigo”. La voz del ángel tiene el eco de las profesías antiguas, María es la hija de Sión, aquella que sintetiza en sí a todo el pueblo de Dios. María sintió en el alégrate del ángel la salvación del pueblo. Todo esto también resuena cada vez que rezamos el “Dios te salve María, llena eres de gracia”.


También el anuncio de Cristo está contenido en las primeras palabras del ángel y así lo sintió María:
"Alégrate hija de Sión, lanza gritos de gozo hija de Jerusalén, he aquí que viene tu Rey”.
El evangelio nos decía que ella se turbó y se quedó pensando en la significación del saludo; quizás tuvo en cuenta la profesía de Isaías “El Señor mismo les dará una señal, una virgen ha concebido y va a dar un hijo y le pondrán por nombre Emanuel, Dios con nosotros”. También el mismo Isaías anunciará a este niño con aquellas palabras “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino”.

Podemos detenernos en las preguntas de María al ángel: “¿cómo ha de ser esto?”. Y el ángel que le promete el Espíritu Santo que la cubrirá con su sombra. Así como Dios en los tiempos antiguos no se apartaba nunca de su pueblo, así María pueblo, va a ser cubierta por el Espiritu Santo como aquella columna de nube de día, columna de fuego de noche, acompañaba al pueblo de Israel.


Entonces el ángel le dice claramente: el fruto de tus entrañas será santo, será llamado Hijo de Dios. Y tu prima, a pesar de su vejez concibió a un hijo, porque para Dios no hay nada imposible” Y ahí llega la decisión de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí tu Palabra”. 
Ese hágase de María es un acto de fe, ella es la mujer fiel que mantendrá ese “hágase” hasta el final.

 

 

Resumen del ejercicio

 

Ponernos en la presencia del Señor que me mira. Salmo 97
2º Petición:
“Señor dame gracia para que te conozca internamente, para que conozca tu corazón, para que conociéndote más te ame y te sirva”.
3º Cuerpo: El mundo con los hombres tan variados y tan diversos, situaciones tan distintas, nosotros ahí inmersos. La trinidad que decide que el hijo se haga nombre. Luego Nazareth, en donde el Angel la llama a María.
4º Coloquio: Podemos hablar con María pidiéndole que nos ayude a conocer más profundamente a su hijo para poderlo amar y así más servir.

 

 

Oleada Joven