La culminación del aburrimiento

jueves, 28 de febrero de
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No he seguido yo durante las pasadas semanas un congreso de filósofos jóvenes que, por lo visto, se ha celebrado en Málaga bajo el lema «Escepticismo frente a la trascendencias». Pero un buen amigo, que escuchó en Radio Nacional una emisión sobre este congreso, me cuenta, más divertido que otra cosa, la definición que el presidente del mismo dio sobre la Vida Eterna: «Eso es la culminación del aburrimiento»


A mi también me divierte esta «parida», ya que en ella ocurre lo que suele pasarles a los amigos de hacer definiciones: que en sus frases dicen poquito sobre la cosa definida, pero muchísimo sobre el que hace la definición.


Este buen señor que empieza diciendo que no cree en nada (y que, sin embargo, hace definiciones de algo en lo que no cree) lo que nos dice sobre todo es que él vive aburridísimo, puesto que tanto teme a esa Vida Eterna, que podría alargar indefinidamente el vacío que ahora «le llena». Por lo que se ve, a este filósofo no le entusiasman sus filosofías, no le da placer el hecho de pensar, no siente el gozo de tener la cabeza llena de ideas. Y se aburre. Y hay que ver lo aburrida que es la vida cuando uno se aburre a fondo.

 

Lógico que le tenga pánico a una Vida Eterna que pudiera durarle por los siglos de los siglos. Porque en lo que sí acierta este filósofo es en la idea de que la Vida Eterna será la culminación, la consumación de lo que es ahora nuestra pequeña vida temporal y que lo que, en definitiva, haremos en el cielo o en el no-cielo será lo que ahora estamos haciendo, pensando y viviendo.

 


Dios no cambia a los hombres con una varita mágica para que sean diferentes de como fueron. Al contrario, se limitará a perennizar lo que aquí hayamos sido, sólo que multiplicándolo todo por el gozo de vivir con El y ver su rostro adorable. Y así los hombres estarán arriba como estuvieron aquí de divertidos o aburridos. Y cada uno amará con el tamaño del corazón que tuviera. En eso estará la diferencia entre los bienaventurados: todos serán plenamente felices, pero cada uno lo será con el alma del tamaño que tenga; alguien que amó mucho aquí, que estiró mucho su corazón, tendrá una plenitud más grande que el que se limitó a mantener el corazoncete tal y como se lo dieron.

 

Por eso pintamos siempre como superfelices a los santos de la corte celestial: fueron gente con mucha alma y ahora tendrán, en el cielo, grandes capacidades para amar y, por tanto, para ser felices. Y éste será el problema del demonio y los suyos. Si Satanás es, por definición, el que no sabe amar, ¿qué tendría que hacer en el cielo? Estará allí, en ese sitio en el que las verdaderas llamas consisten en no amar a nada ni a nadie. Lo mismo les ocurrirá a los suyos: cada uno tendrá aquello para lo que preparó su alma. Con que imagínense ustedes lo que será la culminación del aburrimiento de nuestro aburrido presidente de los filósofos malagueños. 


Y los que aprendieron a amar, ¿qué amarán? Todo, porque el amor es indivisible. Empezarán por amar a Dios, claro, y eso ya sería suficiente «entretenimiento» para siete eternidades, porque Dios tiene cuerda para rato. Se acabará la eternidad (bueno, es un decir) y aún no habremos empezado a gozar de sus dones y gozos.

 

Luego se amará todo lo demás: la belleza de los paisajes, de las músicas, de las artes (yo estoy seguro de que San Juan de la Cruz habrá escrito en el ciclo otros tres o cuatro Cánticos espirituales), de todo cuanto de positivo hizo la Humanidad a lo largo de todos sus siglos. Pero, claro, ante todo amaremos a los hombres, empezando por nuestros seres queridos. Y aquí sí que se aplicará el baremo de que cada uno encontrará en la gente que le rodea lo mismo que la encuentra en la actualidad en este mundo: aquellos que encontraron insoportables a todos sus amigos y parientes, tendrán que recibir un suplemento de amor en el purgatorio, porque, si no, serían muy capaces de encontrar insoportables a los santos del cielo.

 

En cambio, aquellos que valoraban a todos los que les rodeaban (a los compañeros de oficina, a los médicos y a las enfermeras en los hospitales, a los curas en las parroquias y así siguiendo) encontrarán el ciclo facilísimo. Y todo amor se salvará. No habrá amores perdidos. Más bien serán todos multiplicados. Porque supongo que no hace falta aclarar que, cuando Jesús dijo aquello de que en el cielo ni se casarán ni se descasarán, no quiso decir que arriba no habría lazos de amor. Simplemente ironizó un poco sobre los que toman las cosas demasiado a la letra. Pero ¿cómo iba a rebajar él lo más grande de la felicidad, que es el amor eterno a los seres queridos?.


Bueno, esta semana voy a rezar un poco por ese filósofo malagueño, para que se alivie, para que le encuentre un poco de saborcillo a la vida, que en Málaga hay mucho. Porque si el pobre se nos muere tan aburrido como está, la eternidad se le va a hacer pero que muy larga.

 

 

Martín Descalzo

Razones desde la otra orilla

 

Oleada Joven