Día 13: La visitación y el Magnificat

viernes, 1 de marzo de

Ayer empezamos a profundizar en el misterio grande de la encarnación, de Dios hecho hombre, del Dios que se acerca y comparte el camino, éste Dios que encarnado en María, queremos conocerlo y servirlo.  Continuamos con la petición de la segunda semana: “Señor, dame gracia para que te conozca internamente y conociéndote más, te ame y te sirva”.

 

En continuidad del anuncio del ángel a la virgen, que meditamos ayer, termina la escena con el cántico de María que podemos utilizarlo hoy para introducir la oración. Como cuerpo del ejercicio leemos en Lc 1, 39-56 la visita de María a su prima Isabel. 

 


Felíz de tí, María



María, la que acaba de responder ese “Hágase” a Dios comienza aquella particular peregrinación que nace del corazón de la mujer. “María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá a la casa de Zacarías”. Fue para saludar a su prima Isabel que estaba por dar a luz un hijo, Juan, llamado el bautista. Por su parte Isabel, responde con aquellas palabras inspiradas, alaba la fe de María de Nazareth: “Felíz de tí, María, por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado por parte del Señor”. De este modo, la visita de María, asume un significado profético. Vislumbramos en ella la primera etapa de esta peregrinación mediante la fe que tiene su inicio en el moemnto de la anunciación.

 

Desde el día de Pentecostés cuando vino el Espíritu Santo, María no solo participa en la peregrinación de la fe de toda la iglesia sino que ella avanza precediendo y guiando maternalmente a todo el pueblo de Dios a lo largo y ancho de la tierra. El punto de apoyo en la tierra de esta peregrinación lo constituyen todas las generaciones que han fijado y siguen fijando su mirada en María, Madre de la iglesia, modelo de la iglesia. Esta peregrinación que como pueblo fiel de Dios cada uno de nosotros hace en la vida hacia la casa del Padre, la manifestamos en las peregrinaciones en tantos lugares de nuestra patria en los santuarios marianos.

 

Los santuarios son como hitos que alientan nuestro caminar como hijos de Dios, aquí, pero precedidos y acompañados por la mirada afectuosa, tierna y alentadora de la madre del Redentor. María, hace que nuestra religiosidad manifieste nuestra consciencia más honda: que nuestra vida se asiente en la firme convicción de que tiene sentido cuando está orientada hacia Dios.

 

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"Proclama mi alma la grandeza del Señor"

 

Hemos leído el cántico del Magníficat de la virgen María, y nos invita a saborear su hermosura y hondura. Es todo un himno de agradecimiento por la misericordia de Dios. La virgen evoca en éste cántico toda la historia de su pueblo, como un resumen de la misericordia que Dios nuestro Señor prometió a nuestros padres y a su descendencia por siempre. Es esa misma misericordia que se ha volcado sobre la virgen, la cual no lo agradece a título personal sino tabién en nombre nuestro. Ella precede al pueblo que va adelante, porque su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. De la misma manera, nosotros habremos de sentir la misericordia de Dios que enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos. María con su magníficat confiesa que Dios es el Padre de las misericordias, que no quiere nunca nuestra muerte ni nuestra miseria, sino que quiere que toda su creación, todas y cada una de sus criaturas estén animadas por el amor, que se sientan acogidas, perdonadas, salvadas y liberadas.

 

Cada vez que oímos el evangelio o participamos de los sacramentos, nos encontramos con Jesús, el hijo de la Virgen, que es todo misericordia: no ha venido para juzgar sino para salvar, no para destruir sino para edificar con su pasión un nuevo reino de Dios en el que reina sobrera su misericordia.

 

 

Al meditar el Magníficat tampoco deberíamos olvidar que María no sólo lo ha cantado cuando experimentó la alegría de la misericordia sobre ella, sino que habiéndo dado un "Sí" total al Señor en la aurora de la anunciación, nunca se volvió atrás en la palabra empeñada. Por eso canta tambien el Magníficat cuando la misericordia de Dios llega a su último límite entregando a Jesús en la cruz. En su fe sin retorno en la misericordia de Dios, la virgen ha llorado sus penas y sufrimientos a los pies de la cruz. No era un llanto desesperado, de vergüenza o amargura. En la oscuridad de esa, su noche de sufrimiento, que recuerda también nuestras propias penas y las de nuestro pueblo, las lágrimas de María son como ese grano de trigo que se entierra para madurar y dar mucho fruto. Creyendo en la misericordia de Dios que en todo realiza para nosotros sus maravillas, la Virgen participa en el regalo del Padre, éste regalo que nos hace en la pasión misericordiosa de su hijo con la que ella al pie de la cruz se convierte en la madre de la divina misericordia.

El magníficat no fue cantado en una plaza pública entre personas bien instaladas, sino en un encuentro de mujeres simples, comunes, de pueblo, entre mujeres al ritmo de la vida de cada día, en la Palestina, un pueblito perdido en la inmensidad del Imperio. Eran personas que todo lo esperaban de la misericordia de Dios, y que al abrir sus ojos en la fe veían alrededor tantas señales de la misericordia de Dios actuando. Es gente de fe, creían que el pobre y sencillo amor que nosotros ponemos en las palabras y gestos, unidos a la entrega del pueblo fiel de Dios, es la fuerza verdadera que impide al mundo deslizarse hacia el abismo. Ésta es la razón de la encarnación: la trinidad que ve tantos hombres que se matan en guerra y que se condenan.


 

Brochero, pastor de la misericordia


El Padre Brochero, hombre de fe y pastor de una vida pobre y entregada, creyó que sólo a través de nuestras misericordias, la de los unos hacia los otros, podemos conseguir que Dios penetre en los corazones cerrados de los poderosos y los soberbios. El Padre Brochero creyó que sólo sería buen pastor con una acción misionera inspirada desde el afecto, desde el interés y la compasión por los golpeados por el sufrimiento, la pobreza y las injusticias.

 

Sólo convirtiéndonos nosotros mismos en un nuevo magnificat podremos llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, humildes servidores, sobre los cuales se inclina la misericordia de Dios para poder ofrecer así su vida por amor al mundo. Seamos en éste día, por intercesión de la Madre de la misericordia, artífices de la paz, instrumentos de reconciliación, seamos constructores de la unidad y testigos de la misericordia, a fin de que Dios quiera servirse de nosotros,, servidores y acordarse de su eterna misericordia, es decir de la gran promesa de Dios hecha a nuestros padres a favor de Abraham y de nosotros y de su pueblo por los siglos de los siglos.

 

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Resumen del ejercicio


1º Nos ponemos en la presencia del Señor que me mira y me ama.
2º Petición: "Dame gracia para conocerte internamente, y conociéndote más te ame y te sirva". 
3º Cuerpo:  Primera peregrinación de fe, María visita a Isabel (
Lc 1, 39-56). Detenernos y hacer nuestro propio magníficat.
4º Coloquio: agradecimiento y rememorar aquellas gracias recibidas a través de la vida que son presencia viva de Dios en nosotros.


P. Julio Merediz sj

 

Oleada Joven