Día 14: El nacimiento de Jesús

lunes, 4 de marzo de

Movimientos interiores: consolación / desolación

P. Julio Merediz

 

En el marco de la segunda semana de los ejercicios,  estos días anteriores, el P. Javier venía comentando sobre algunas temáticas que hacen a la estructura de los ejercicios ignacianos.


San Ignacio cuando propone el examen diario dice que hay que pedir luz para poder ver las luces durante el día, para poder recibirlas y agradecerlas, y también pedir gracia para ver cuáles han sido las tentaciones y cómo he reaccionado frente a ellas, para poder rechazarlas. Es un buen modo para mantenerlo durante el año, independientemente de éstos días de Ejercicios Ignacianos.

 

Muchas veces el mal espíritu no nos tienta violentamente, sino que genera que nos quedemos como estamos, que no avancemos y que por ende vayamos perdiendo el calor que genera la oración y nos vayamos apartando de Dios. Por eso dirá el evangelio “velen y oren para no caer en la tentación”. Con el examen de la oración podemos ir dándonos cuenta cuando nos está aconteciendo.

 


Consolación y desolación

 

Hay dos reglas de San Ignacio que muestra las dos grandes estados del corazón: consolación y desolación. La consolación debería ser nuestro estado habitual, inflamados en amor a Jesucristo, al creador, un espíritu que se sienta fortificado en su fe y esperanza, con fervor interior. Eso que en Brochero llamábamos “el celo misionero”, una persona atraído por las cosas de Dios. Ante este estado de consolación, San Ignacio dice que hay que aprovecharlo para cuando lleguen momentos de desolación, y a la vez vivirlo en humildad, sabiendo cuánto necesitamos de el Señor.

 

La otra situación es la de desolación espiritual, que puede darse por muchos motivos. Es importante poder descubrir la causa de la desolación. Puede ser la tibieza, la pereza, el creer que “sí, soy así no hay nada por hacer”, o también puede ser un estado permitido por Dios, para poder vencer y seguir creciendo. Ante esto, dice San Ignacio, manténgase firmes, confíen que ya pasaré, pónganse en manos del Señor y no cambien nada (no tomar grandes decisiones) y si está tentado haga completamente lo contrario, pero por sobretodo crezcan en confianza a Dios.

 

Como recomendación, los invito a continuar con el tiempo que le venimos dando a la oración y todos los días ir haciendo el examen y también tomar otros aspectos durante el día: qué me pasó y cómo reaccioné.

 

 

 


El Nacimiento de Jesús

 

Hoy podemos ayudarnos para entrar en la oración con el Salmo 84

 

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.



Petición:
Dame gracia Señor para que te conozca, que te conozca que por mí te haces hombre, que vas a nacer por mí.Y conociéndote más, te ame y te sirva.

 

Vamos a tomar en Lc 2, 1-20 El nacimiento de Jesús.

 

La liturgia de la navidad nos toma todos los años por lo general tan metidos en otras cosas, que no tenemos tiempo interior para saborear este gran misterio. Por eso, hoy es una hermosa oportunidad para dedicarle el día al nacimiento Jesús. La liturgia cristiana de cada año prepara la fiesta de la navidad, del nacimiento de Jesús, con esas semanas previas llamadas “adviento”. Ese tiempo comienza con unas palabras de San Agustín que hoy nos ayudan:

“Despierta, hombre. Despierta tu que duermes, levántate de entre los muertos. Cristo te iluminará, despiértate, Dios se hizo hombre”.


Con éstas palabras sentimos también lo que San Ignacio nos dice cuando pidamos “conocimiento interno del Señor que se hace hombre por mí”. Hemos meditado también en estos días la anunciación, donde se cumple la profecía de Isaías “la Virgen concebirá un niño y le pondrñá por nombre Emanuel”; luego nos hemos llenado de gozo frente aquella alabanza de de Isabel a María “Feliz de tí por haber creído lo que te fue anunciado por parte del Señor”. Todo acompaña este camino que va haciendo María junto a José, este camino a Belén para cumplir lo que había mandado el emperador. La clave está en ese niño que va escondido en el vientre de María, Él es la única cosa necesaria.

 

La palabra se hizo hombre”, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, dirá San Juan. Por eso cada uno de nosotros abre su corazón para penetrar este misterio que nos muestra a Jesús “cómo de creador ha venido a hacer hombre y de vida eterna a muerte temporal y así morir por mis pecados”. Junto con la iglesia repetimos hoy, como en el adviento, aguardando el nacimiento: “Destilen cielos desde lo alto y que las nubes derramen la justicia al Señor Jesús, nuestro Salvador”.

 

 

El nacimiento

 

Nació de noche, fue anunciado de noche a unos pastores que vigilaban por turno sus rebaños, se encolumnó con el pueblo que caminaba en las tinieblas, con los que habitaban en el país de la oscuridad y fue luz. Una gran luz que se vuelca sobre las densas tinieblas, una luz que lo envuelve todo: “la gloria del Señor los envolvió con su luz”. Así nos presenta la Palabra de Dios el nacimiento del Salvador, como luz que rodea, como luz que penetra toda la oscuridad. Es la presencia del Señor en su pueblo, presencia que destruye el peso de la derrota, la tristeza de la esclavitud y planta la alegría “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor”.


“Les ha nacido”, sí nace para todo el pueblo, para toda la historia en camino, nace para cada uno de nosotros. Se trata de un anuncio que toca el núcleo mismo de la historia y pone en marcha otro modo de andar, otro modo de comprender, otro modo de existir. Andar, comprender y existir junto a Dios con nosotros.


Pasaron muchos siglos desde que la humanidad comenzó a oscurecerse. Pensemos en aquella tarde en que se cometió el primer crimen, y el cuchillo de Caín segó la vida de su hermano, Abel. Pasaron muchos crimenes de guerra, de esclavitud, de odio… Aquel Dios que había sembrado su ilusión en la carne del hombre, hecho a su imagen y semejanza, seguía esperando. La ilusiones de Dios, motivos tenían para desaparecer, pero Él no podía, estaba esclavizado por así decirlo a su fidelidad, no podía negarse a sí mismo el Dios fiel no podía negarse a si mísmo. Ese Dios seguía esperando, sus ilusiones enraizadas en su fidelidad, eran custodiadas por la paciencia; la paciencia de Dios frente a la corrupción de pueblos y hombres. Sólo un pequeño resto, pobre y humilde que se refugiaba en el nombre del Señor acompañaba su paciencia en medio de las tinieblas, compartía sus ilusiones primeras. En este andar histórico, esta noche de eclosión de luz en medio de las tinieblas que es la Navidad, nos dice que Dios es Padre y que no se decepciona nunca. Las tinieblas del pecado y de la corrupción de siglos no le bastan para decepcionarlo.

 

Aquí está el anuncio de esta noche del nacimiento de Jesús: Dios tiene corazón de Padre y no reniega de sus ilusiones para con nosotros, sus hijos. Nuestro Dios no se decepciona, no se lo permite, no conoce el desplante ni la impaciencia, simplemente espera. Espera siempre, como aquel padre esperaba cada tarde la vuelta de su hijo. Porque a cada momento sube a la terraza de la historia, para vislumbrar de lejos nuestros regresos. Esta noche, la noche del nacimiento, en medio de la quietud y el silencio de ese pequeño resto de justos, los hijos comienza a regresar y lo hacen en el Hijo, en Jesús, que aceptó ser hermano para acompañarnos en el camino. Ese hijo que dijo el ángel salvaría a los hombres de sus pecados: todo es tierno, pequeño y silencioso. Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un hijo envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

 

El reino de la apariencia, de la autosuficiencia, del pecado, de la corrupción, las guerras, el odio de siglos y también de hoy, se estrellan en la mansedumbre de esta noche silenciosa. Se estrellan sobretodo en la ternura de un niño que concentra en sí todo el amor, toda la paciencia de Dios que no se otorga a sí mismo el derecho de decepcionarse. Y junto al niño, cobijando las ilusiones de Dios, está la Madre, su madre y nuestra madre, que entre caricias y sonrisas nos sigue diciendo a lo largo de la historia, y hoy especialmente, “Hagan todo lo que Él les diga”.

 

Un Dios que no se cansa

 

Esto es lo que nos transmite esta noche llamada noche de paz, noche santa… en el fondo es Dios Padre que no se decepciona, que espera hasta el final, que nos da a su hijo como hermano para que camine con nosotros, para que sea luz en medio de la oscuridad y nos acompañe para aguardar la feliz esperanza definitiva. Nuestro Dios, el mismo que sembró sus ilusiones en nosotros, el mismo que no se decepciona de nosotros su obra, Él es nuestra esperanza. Por eso escuchemos en lo profundo del corazón que los ángeles nos dicen también hoy: “no tengan miedo”. No le tengan miedo a nadie, dejen que venga la lluvia, los terremotos, los vientos, las persecuciones, al resto de los justos….. “no tengan miedo”. Siempre que nuestra casa esté edificada sobre la roca de ésta convicción, el Padre aguarda, tiene paciencia, nos ama, nos manda su hijo para que caminen con nosotros. Ésta es la luz que brilla esta noche.

 

 


Poema del jesuita cordobés Osvaldo Pol:


La historia no era tal y se enredaba en un círculo ciego y sin salida,
los pasos desandaban su dolida caravana sin rumbo,
los miraba desde la altura Dios,
y desposado con nuestra humanidad,
tomó la ardida senda del pobre, débil, sin guarida,
niño en pesebre y por amor marcado.

 

Oh cuánta luz, oh tiempo recobrado,
oh caminos que parten de la herida
y para siempre llevan al amado.
En comunión gozosa poseída,
oh la madre feliz que nos ha dado
carne de Dios a nuestra carne asida.

 


Resumen del ejercicio

1º Ponerse en la presencia de Dios, sentir su mirada. Puede acompañar el salmo 84
2º Petición.
3º Meditación Nacimiento de Jesús.
Lc 2, 1-20

4º Coloquio. Llegar al padre que no se decepciona que tiene un corazón paciente y que siempre espera.


 

Oleada Joven