Pesebre en Cuaresma

martes, 5 de marzo de
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“Estrenar” un pesebre en Cuaresma parece, al menos de primera impresión, un desacierto, un fuera de tiempo, un antojo desubicado.  
No estoy siquiera demasiado segura de decir “estrenar pesebre” como si fuera algo a usarse.  

Hago un mínimo paréntesis de explicación y sigo. (Hace pocos días recibí desde un Monasterio mendocino imágenes de un pesebre precioso realizado por los monjes; y como no quiero “usarlo en Navidad” sino contemplarlo desde ahora, lo tengo bien al alcance de la vista en un lugar especial de mi habitación).

 
 

Y entonces ando estrenando más que pesebre, mirada ante el pesebre. 
Advierto para mí misma, que no es lo mismo mirar a María y al Niño y a José  en tiempo de Navidad, que ahora caminando la Cuaresma. Ellos son los mismos, claro, pero algo me pasa cuando miro, cuando contemplo en silencio esta escena tan vista y sin embargo nunca antes como hoy.
De cara a la Cuaresma contemplar el Pesebre, re-dimensiona de otra forma tanto AMOR ENTREGADO. Denota ESPERANZA y serenidad, sí. Pero mirado desde la Pascua esto cobra mucha más intensidad.
 



María en mi Pesebre, tienen las manos hacia arriba. En gesto de recibir y de entregar, así me parece cuando miro. En gesto de no aferrar.  No va a quedarse nada para sí. 

Tiene un rostro sereno. María que sigue diciendo sí sin entender; María la madre de la Entrega. Me imagino una simbiosis tal, que hijo y madre se vuelven espejo el uno para el otro, de entregas completas.
María de manos abiertas, de corazón abierto, de entrega fecunda.
María, te digo tantas cosas desde mi corazón de madre también, tan aferrado a veces; desde mis manos apretadas sosteniendo quien sabe cuántas cosas, desde mi poca confianza, desde mis mezquindades.
Te lo digo en silencio, vos sabés…


José en mi Pesebre, tiene los ojos cerrados y se inclina suavemente hacia el niño. Me conmueve José, de pie tan cerca, tan “acompañando”, mezcla indisoluble de fortaleza y ternura, de presencia y  silencio. Sus ojos cerrados para ver mejor aquello que los ojos humanos limitan y ciegan, para ver más lejos, más hondo, y con más verdad. José, maestro de la disponibilidad del corazón, de la obediencia, de la escucha profunda. 
José, con las manos al pecho abrazando el bastón, recibiendo en lo más íntimo Al Hijo.
Si pudiera aprender de vos tu manera gratuita de acompañar, de ser, de estar en Su Presencia; y a ojos cerrados también dejarme mirar por Él con mis pobrezas, con mis pobres intentos, si pudiera aprender de vos tu humildad profunda, tu fidelidad puesta a prueba, tu amor tan humano e inmenso.



Jesús, en mi Pesebre (lo mismo que en la Cruz), se deja sostener, se deja tomar entre las manos, se hace cercano, impresionantemente cercano. Es Dios, y se me hace locura verlo así, desvalido, vulnerable…y serena y calladamente entregado. Un Dios entregado desde la cuna a la cruz. Me lleno de preguntas, para respuestas que tengo aprendidas, y que ahora no tiene ningún sentido registrar. Mi Dios, ES puro AMOR, y eso es respuesta.

 
 
Fuente: levantalamirada.blogspot.com.ar
Autor: Analia Damboriana

 

Oleada Joven